¿Cómo nos contamos nuestra historia? ¿Cómo unimos los puntos de las cosas que nos han sucedido? ¿Por qué entre toda la información a nuestro alcance es “esa” la que capta nuestra atención?
Tirar del hilo, como diría Carmen Martin Gaite, encontrar el hilo conductor es algo que, tal vez, todos nosotros hacemos al contarnos la novela de nuestra vida.
Me apasiona leer, ficción, ensayo…, encuentro que la literatura es un gran laboratorio de emociones, un lugar donde existe un acuerdo tácito entre lector y escritor, un espacio donde todo es posible. Mientras leemos vivimos inmersos en lo que imaginamos.
Siempre he sentido curiosidad extrema por los traductores, ese puente, “todas las lenguas son un puente”, ese nexo de unión que nos permite acercarnos a la obra, a la visión, a las intenciones de otra persona. En el fondo siento que siempre estamos traduciendo, ya que nunca tenemos la garantía de interpretar correctamente lo que el otro quiere decir.
Me doy cuenta de que cuando me gusta la forma de escribir, de transmitir ideas de alguien, termino leyendo todo cuanto puedo, y veo en sus obras ese hilo conductor, los sueños y las obsesiones recurrentes que se repiten una y otra vez. Es más, cuánto más lees a alguien, más tienes la sensación de acercarte a su forma de pensar, a aquello que de verdad le mueve, nos mueve, ¿o siguen siendo aproximaciones más o menos acertadas, que dependen de mis experiencias y mi estado de ánimo?
En parte siento que todos los viajes también son un ejercicio de traducción, un intento de vivir en otras épocas y culturas, y un fogonazo que en muchas ocasiones me llevan a unir los puntos. Es algo que por ejemplo me ha sucedido con la visita a Auschwitz. No es sólo que estar allí despierte en mi memoria la información acumulada durante años, también la emoción, el impacto que provoca en mi esta visita, me vuelve más atenta a detectar, a buscar, a indagar en otras historias relacionadas. Leo “28 días” sobre los últimos días del Getto en Polonia, vuelvo al texto de Viktor Frankl “El hombre en busca de sentido”, recuerdo a Primo Levi…, hasta que un libro que tenía pendiente hacía tiempo, “Lo que mueve el mundo” de Kirmen Uribe, de pronto, me sirve para unir de manera inesperada los puntos.
Había evitado leer este pequeño texto que se inicia con el exilio de los niños en plena guerra civil desde el puerto de Bilbao, creyendo que el recuerdo de mi padre, que fue uno de esos niños de ida y vuelta, iba a ser demasiado intenso y dificultar la lectura, y sin embargo, a medida que avanzo en sus páginas descubro la historia de una persona integra, de un héroe anónimo, de esas personas que sueñan con un mundo mejor y que son coherentes en sus decisiones para lograr esos cambios: Robert Mussche, un belga que acoge a una de esas niñas exiliadas de Bilbao, que será parte activa de la resistencia en la segunda guerra y que vivirá la experiencia de un campo de concentración con la estrella roja de los comunistas cosida a su pijama de rayas. Una lectura que sin duda me conmueve como no esperaba y abre un puente a recuerdos que creía olvidados.
En una de las sesiones de Cocreación que llevamos a cabo en el Consorcio de Inteligencia Emocional nos preguntábamos ¿Qué te mueve? Y hubo una respuesta que me llegó de forma especial: “Lo que me conmueve”
¿Qué te conmueve?
¿Qué es para ti importante, qué es lo que mueve el mundo?