Inteligencia emocional

Quiero sentir dolor

1215829441623_fEvidentemente nadie quiere sufrir. Es una experiencia en general desagradable y desafiante, que nos confronta con nuestra naturaleza vulnerable ante los avatares que tintan nuestra vida. Y hay tantas posibilidades de sufrir como de encontrarnos con otra persona. Incluso hay oportunidades de sufrir en el encuentro con nosotros mismos, con nuestros recuerdos, nuestro lado oscuro, nuestras necesidades no cubiertas o expectativas truncadas. Cuando lo hacemos honestamente no sólo tenemos que afrontar el dolor de lo que sea que nos ha impactado, sino también manejar la emergente sensación de descontrol, de impredictibilidad, de desestabilización y de profunda fragilidad que asoma la cabeza por detrás de ese hombre o mujer preocupados por contener la situación.

Sin duda, no queremos sentir el dolor, y hemos trabajado duro para construir los medios necesarios para evitarlo. Es más, nos hemos encargado de ponerlos al alcance de nuestra mano, de rodearnos de ellos. El más accesible es la distracción. La distracción a un solo click nos zambulle en la espiral de la multitarea, la actividad sin fin y la búsqueda de estímulos que consumir como si de una bengala de cumpleaños se tratase. La hiperactividad física o mental nos despista de la quietud del dolor, y de la necesidad de hacer el duelo de lo que nos falta, que se hace presente. Quizá, si no lo vemos, si no lo sentimos, no haya que despedirse y admitir que hay algo que no vamos a recuperar. Y esta conclusión, en el fondo, da fe de nuestra esencia vulnerable. Buscamos la sedación de esa llaga eterna que nos acompaña por el hecho de ser humanos, y al mismo tiempo, anhelamos profundamente ser invulnerables. ¿No sería fantástico que el sufrimiento desapareciera? Si lo pienso y es posible pasar de largo, ¿por qué sufrir si puedo estar ocupado, ocupada? Si me paro a pensarlo o a sentirlo voy a experimentar mayor dolor, y no voy a encontrar soluciones, sólo me sentiré mal, pequeño, así que para qué. Prefiero trabajar más, drogarme más, sumergirme más en internet o en la lectura, hacer más ejercicio, follar más… Cualquier cosa antes que sentir el dolor.

El siguiente paso es el disfraz. Colocarle una máscara a esta flacidez emocional, y para ello también la hiperactividad sirve. Nada mejor que sustituir las flaquezas por fortalezas aparentes, tanto para los demás como para uno mismo. Aparentar una vitalidad fulgurante, una ocupación incesante, una responsabilidad impostergable, aparentarnos incandescentes ante la oscuridad de la vida en esos momentos. Entonces, no sólo nos distraemos del dolor sino que también colmamos la barriga existencial con una estimulación ficticia, llenándonos, saciándonos, hinchándonos. Cuando el banquete termina, eso sí, al final del día, viene de nuevo el vacío que llenar, el dolor de irse a dormir sin un sustento emocional que llevarse al corazón. En el fondo, todo este montaje para no sentir se nos vuelve solitario e insatisfactorio pero ¿cuál es la alternativa?

Bueno, quizá una pregunta: ¿qué pasaría si nos dejáramos sentir por un tiempo el dolor de las expectativas que poco a poco se nos arrebatan en la relación con nuestro entorno? Probablemente, que el dolor cumpliría su cometido, señalaría lo que falta, y nos empujaría a movernos en una nueva dirección. Del mismo modo que la muerte acompaña a la vida, probablemente la chispa de sentirse genuinamente vivos, vivas, prende gracias a la verdad de lo que nos hace vulnerables, sensibles, frágiles.

2 pensamientos sobre “Quiero sentir dolor

  1. luigi winter

    sí me dolió ver vengala en vez de bengala, pero igual me libero comentándolo, con la esperanza de que quien lo escribió no le resulte doloroso

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