Inteligencia emocional

Recordando a Aristóteles

Desde que Dionisiomi profe de filosofía en el Instituto de Rekalde- me inoculó el virus de la filosofía, nunca he perdido su pista. Kantor, con su interconductismo, me ayudó a recordarle. Imanol -en el curso del Clúster sobre Inteligencia Emocional -, solía traer su Ética a Nicómaco. Además, convivo con él en mi día a día desde que Asier -hace ya bastantes años- me trajo de Grecia su busto.

El 26 de mayo, escondida entre un montón de noticias en “El País”, leí la siguiente: “Arqueólogos griegos creen haber hallado la tumba de Aristóteles. Aunque todavía no tenemos pruebas definitorias, si tenemos indicios muy potentes qué rozan la certeza, afirmó sobre el hallazgo el director de las excavaciones, Konstandinos Sismanidis

¡Guau! ¡Estupenda excusa para recordarle!

Discípulo rebelde de la academia platónica (al idealismo opuso su empirismo entusiasta), nacido en la nueva Macedonia griega en el 384 A.C. Aristóteles fue un eterno indagador del ser de cada cosa. También fundador del Liceo, la metafísica y la lógica. Apasionado del conocimiento (“Soy amigo de Platón –también discípulo- pero aún más amigo de la verdad”), y mentor de Alejandro Magno.

¿Por qué traer al “estagirita” a nuestro blog? ¿Qué aporta al universo de las emociones este filósofo nacido hace 23 siglos? ¿No resulta algo anacrónico, “demodé”?

Dos son los motivos/excusas los que me animan a recordarle, además del “presunto descubrimiento de sus huesos”,

Por un lado, su visión de la felicidad. Como relata M. Csikszentmihalyi (“Fluir: una psicología de la felicidad”) Aristóteles llegó a la conclusión –ya hace 23 siglos- que lo que buscan las personas, mujeres y hombres en su diversidad, es la felicidad. Mientras que deseamos la felicidad por sí misma, cualquier otra meta (salud, belleza, poder …) la valoramos únicamente porque esperamos que nos haga felices.

Mucho hemos aprendido desde entonces en las diferentes áreas del conocimiento. Y sin embargo, sobre este tema tan importante que nos lleva la vida, poco ha cambiado nuestro saber en 2.400 años. Hoy no sabemos más acerca de la felicidad de lo que él sabía. Al menos, desde un punto de vista de un saber aplicado. Un dato ilustrativo: según la OMS, en el año 2000 hubo el doble de muertes por suicidios que por guerras (“Liderar desde el futuro emergente” Scharmer&Käufer).

Aristóteles nos habla del valor instrumental de la ética para vivir bien. Una especie de “egoísmo ilustrado”: ser ético, alcanzar la virtud como medio para vivir bien, para alcanzar la felicidad. Y de la razón y la lógica como herramientas para alcanzar la felicidad.

En su opinión, en tanto que somos seres activos, tenemos que elegir lo que queremos hacer con nuestra vida (a diferencia del resto de los animales quienes nacen completos y programados). Por tanto lo mejor que podemos hacer es adquirir la costumbre de actuar “como es debido”, por hábito. Al parecer, los valores son un valor rentable.

Por otro lado, sus aportaciones a una definición de conducta que reivindico. A pesar de las torticeras interpretaciones que se han hecho de su legado, para Aristóteles el alma se encuentra dentro de la física: no se da sin cuerpo y –por consiguiente- no es independiente de la materia.

Nada más lejos del mundo de las ideas platónicas. Ni del dualismo cartesiano. Nada más lejos del mito del fantasma de la máquina, donde la mente (alma interna, maquinista) es la causa de todo comportamiento o acción (el tren en movimiento).

Años más tarde S. Ochoa decía “El amor es física y química… Pero una física y química muy sofisticadas, ¿eh? Yo creo que somos eso, y nada más física y química”. También Joaquín Sabina.

Conducta, interacción entre un organismo y su entorno. Especial, sí. Interacción. Organismo. Entorno. Poco fashion cuando la enfrentamos a interpretaciones más poéticas de la conducta.

 

 

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