Inteligencia emocional

Emociones y solidaridad entre Ochomiles

Convendrás conmigo que el tiempo es un bien escaso. Siempre nos falta. Nunca tenemos suficiente.

¿Nunca? Bueno, hasta que nos plantean una conversación que nos mueve, que nos llega. Entonces le colgamos al reloj un interrogante y desbrozamos temas como si no hubiese un mañana.

Algo de esto nos pasó el viernes pasado en Eutsuna (Etxebarri). El motivo: la celebración del Mendizale Eguna en Homenaje a Juanlu que organizan sus amigas y amigos desde que hace 13 años, Juanlu no descendiera de su última cima.

El viernes pasado la cordillera de Karakorum se acercó a Gangurenmendi y Etxebarri se hizo un poco baltí gracias a Alberto Iñurrategi y Akhon Isaak, de la Baltistan Fundazioa. Un lujo.

Alberto y Akhon nos hablaron de montañas pero sobre todo de personas, de emociones. Y de valores. De humildad para reconocer lo vulnerable que nos hace la montaña, de cuanto necesitamos de los porteadores, de cuanto empequeñecemos a su lado. De la necesidad de ponernos sus botas para empatizar con ellos. Y de la arrogancia de quienes les tratan con desprecio.

Del desarrollo del Valle de Hushé, un lugar lejano, en el Norte de Pakistán, en el país de los Baltíes, entre grandes cordilleras como Himalaya y Karakorum.

Ante cerca de 30 personas, Akhon y Alberto nos hablaron del K2, y el Broad Peak. Pero -sobre todo- de personas, de mujeres y hombres comprometidas, que luchan por mejorar su bienestar. De lo efímero que es un ochomil respecto a la educación de niñas y niños hasta ahora desescolarizados. De la belleza de una zona con la mayor concentración de sietemiles del mundo, pero sobre todo de solidaridad, y de progreso social.

De anécdotas y de emociones. De ascensiones, expediciones, y albaricoques. De glaciares y niñas que ahora pueden estudiar con becas. De sietemiles que todavía no han sido coronados y de jóvenes que ahora pueden estudiar. De campos base y del cambio de mujeres que han conseguido una cumbre inexpugnable: abrir una cuenta para guardar su dinero en un banco. De niñas y niños que –ahora- son capaces de escribir y reconocer su nombre porque están alfabetizados.

De personas resilientes, que se levantan –una y otra vez- contra lo implacable del destino que -en forma de desprendimientos- les pone a prueba. Y que–una y otra vez- superan.

De alegrías, de mitos, y de relatos que dulcifican una realidad muchas veces cruel, y tantas otras dramática. Y de gratitud hacia personas anónimas cuya ayuda nunca podrán devolver.

De la educación como motor de cambio y palanca de transformación. De corazón – cabeza – manos, sentitu – pentsatu –ekin.

Ciertamente, el futuro no está escrito, pero el viernes me quedó claro que sí, hay futuro. Entre emociones y ochomiles.

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