Inteligencia emocional

La perfección no existe, es una trampa emocional.

Este post no me gusta, lo repetiré, y una vez escrito tampoco me gustará y lo volveré a escribir, y así sucesivamente, y posiblemente no lleguéis a leerlo.

Esto podría ocurrir si yo fuera un maníaco perfeccionista, un perfeccionista patológico.

Afortunadamente no padezco ese mal, me gusta hacer las cosas lo mejor posible dadas las circunstancias del momento, me gusta poner atención a los detalles y que lo que hago tenga sentido y armonía, no me obsesiono con la perfección, por eso este post está escrito como está y podéis leerlo.

¿Existe la perfección? ¿La ha visto Usted? ¿Ha podido sentirla? ¿Puede describirla? ¿Cómo es? Ante preguntas como estas, cada persona responderá de diferente manera por la sencilla razón de que cada cual mide la perfección de diferente manera. Depende de las vivencias y experiencias particulares. Este párrafo forma parte de un reciente artículo de Luis Llorente en RRHHDigital.

En mi opinión la perfección forma parte de los males que aquejan a nuestra sociedad. Es un dictamen, un mandato cultural -y empresarial- por el cual se nos ha exigido buscarla sin descanso en la consideración de que siempre se puede mejorar más y más y más,….lo cual sólo genera ansiedad y frustración. La perfección total no existe, su búsqueda es un camino al infinito. Una trampa del capitalismo consumista que promete la perfección y la felicidad.

Sobre esta cuestión escribe con amplitud Gilles Lipovetsky. En su libro La sociedad de la decepción analiza las sociedades hipermodernas:  Aparecen como sociedades de inflación decepcionante. Cuando se promete la felicidad a todos y se anuncian placeres en cada esquina, la vida cotidiana es una dura prueba. Más aún cuando la «calidad de vida» en todos los ámbitos (pareja, sexualidad, alimentación, hábitat, entorno, ocio, etc.) es hoy el nuevo horizonte de espera de los individuos. ¿Cómo escapar a la escalada de la decepción en el momento del «cero defectos» generalizado? Cuanto más aumentan las exigencias de mayor bienestar y una vida mejor, más se ensanchan las arterias de la frustración. Los valores hedonistas, la superoferta, los ideales psicológicos, los ríos de información, todo esto ha dado lugar a un individuo más reflexivo, más exigente, pero también más propenso a sufrir decepciones. Después de las «culturas de la vergüenza» y de las «culturas de la culpa», como las que analizó Ruth Benedict, henos ahora en las culturas de la ansiedad, la frustración y el desengaño.

Ante esta cultura del cero defectos y búsqueda de la perfección, la persona perfeccionista nunca estará satisfecha, no parará en su empeño de buscar algo mejor, y al no lograrlo se frustrará y sufrirá.

Bien es cierto que podemos ir mejorando aquello que hacemos basándonos en los conocimientos y experiencias que vamos adquiriendo en el proceso, pero sin la pretensión de alcanzar la perfección, porque no existe. Además, éste empeño nos hará perder la atención en la armonía del conjunto y disfrutar del camino, de la elaboración de cualquier tarea que emprendamos.

La búsqueda de la perfección no sólo es una lucha interna, también lo es con quienes nos rodean. Se convierte en una obsesión, Llorente la define con acierto como trampa emocional. Para la persona con obsesión perfeccionista, siempre habrá algo mejor, lo que hace, siempre será mejorable, lo que tiene nunca será lo perfecto, las personas que le rodean siempre cometerán errores, serán inútiles, torpes, y querrá cambiarlas, al no conseguirlo sólo sentirá dolor y sufrimiento.

La perfección -como acción insistente y repetitiva- tiene una curiosa paradoja, puede producir parálisis. La persona perfeccionista entrará en un bucle cognitivo de  pensamiento y creencia de que aquello que hace se puede hacer mejor, repitiendo el proceso una y otra vez, y no avanzará.

Las personas perfeccionistas pueden querer ocultar con su auto exigencia y en su búsqueda de la perfección, su incapacidad para aceptarse tal como son, sus debilidades, sus limitaciones, su inseguridad, su insuficiencia ante sus retos, en definitiva, su vulnerabilidad. Y no es cosa baladí, porque la perfección patológica puede generar un sinfín de malestares emocionales, problemas de salud y de relación social, de tal manera que suelen verse atrapadas por comportamientos prepotentes y de desprecio a los demás, incluso pueden convertirse en personas agresivas.

Decepción, frustración, tristeza, rabia, estrés, ansiedad, culpa, vergüenza y miedo, son algunos de los estados emocionales escondidos en su trampa emocional.

La frustración debida a no conseguir la perfección puede estar provocada por la falta de adecuación de objetivos y expectativas, y a no contemplar la realidad temporal y del entorno. Es el camino “perfecto” (¿existe algún camino perfecto?) para la permanente queja y la desilusión.

¿Cómo poder evitar esa frustración y decepción? Con optimismo. Apoyarse en la autenticidad, en la humildad, en la constancia, y sobre todo, tratando de revisar y recalibrar los objetivos y expectativas. Con la idea de que para muchas situaciones y problemas de la vida no existe la solución ideal. Valorar lo que se tiene y lo que se hace, bien o mal.

Perfeccionista, disfruta de lo que haces, de lo que tienes, no busques la perfección, sí hacer lo que hagas lo mejor posible, dadas las circunstancias, de manera digna.

Bueno, como veréis, ni estas recomendaciones son perfectas, ni este post es perfecto, ni tiene por qué serlo.

2 pensamientos sobre “La perfección no existe, es una trampa emocional.

  1. Saira

    Hola, me parece muy interesante su articulo de la inteligencia emocional, y con lo que he leido sobre ello y su articulo, se puede comprender mejor a las personas.

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