Inteligencia emocional

Prioridades

Empiezo a escribir estas palabras y mi cabeza va a mil por hora. Se me mezclan ideas y sentimientos. Tengo algo que me bulle dentro pero que no acabo de estructurarlo… Intentaré desentrañar esta maraña…

Recientemente aparecieron informaciones sobre la supuesta aprobación en los Países Bajos de una polémica pastilla letal para personas mayores de 70 años cansadas de vivir. Digo supuesta porque, en un momento en el que en España está sobre la mesa el debate de la eutanasia, surgió esta noticia cuyo único contenido veraz es que en el mencionado país se realizó un estudio sobre el tema (Molins Renter, 2020). Escuchar la noticia me produjo tristeza y preocupación. Releo algunas de las entradas que tengo escritas: El peso de la vida (sobre el suicidio) y  Algunas preguntas éticas sobre el final de la vida (sobre la despenalización de la eutanasia y el suicidio asistido). Creo que en estos temas las personas solemos reaccionar muy visceralmente y sin vislumbrar las dificultades y matices que entraña todo lo relacionado con el principio y el final de la vida. Me preocupa que las personas pierdan el sentido de la vida y es algo que puede pasar a cualquier edad, pero que parece que creemos que es automático cuando llega la vejez o la enfermedad.

Me topo con una noticia que recoge la carta de una enfermera de cuidados paliativos que ahora está enferma de cáncer y que me parece muy sugerente. Me quedo con esta idea: “Ayudemos a que nadie, en el momento del dolor, elija la muerte por falta de sentido y de soporte. Hay mucho por hacer y por aliviar y cualquiera podemos poner nuestro granito de arena para que la gente muera de manera natural y que esta opción no sea un sueño, sino una realidad. La eutanasia nunca será un fin natural, ni una muerte digna” (Requena Meana, 2020).

Creo que porque ya he entrado en una edad en la que se empieza a evidenciar que las fuerzas no son las mismas, una edad en la que el cuerpo no responde como antes y que ya te ignoran para muchas cosas… miro de forma muy diferente a las personas mayores. Visto cómo está organizada la vida, no resulta fácil ser mayor en un mundo de gente muy ocupada, centrada en sí misma y con una cultura de ‘usar y tirar’ muy arraigada. Las personas mayores necesitan tiempo, tiempo de calidad… Al igual que decimos de los niños y niñas. Está empezando a cobrar fuerza una iniciativa que puede ser muy beneficiosa y educativa para la sociedad, los programas intergeneracionales. “Todos sabemos que uno de los problemas de la sociedad actual es la falta de tiempo. Nos falta tiempo para todo, y ahí incluimos también a nuestras familias, y la confianza del parentesco hace que no prestemos suficiente atención a nuestros mayores. La ventaja del programa es precisamente esta: al no ser familiares, unos y otros se esfuerzan en cumplir con sus compromisos y ahí tiene especial importancia el seguimiento desde las organizaciones, para verificar que ambas partes están satisfechas con lo acordado previamente” (Rod, 2020). Algo en lo que tenemos que trabajar es en cómo hablamos a las personas mayores. Aunque estén en un momento de debilidad y fragilidad no debemos olvidar la vida y el camino que han recorrido. No podemos permitir que sientan que son un estorbo. [Hace años escribí una entrada al respecto, pinchar aquí]

A raíz de todo esto que me pasa por la mente decido releer un libro que es altamente recomendable, Martes con mi viejo profesor (Albom, 2003). Morrie Schwartz es el viejo profesor y el autor, Mitch Albom, fue su alumno en la universidad. Retoman la relación cuando el autor descubre que el profesor tiene esclerosis lateral amiotrófica (ELA) bastante avanzada. Y ahí comienza la última asignatura impartida por Morrie, “El Sentido de la Vida”. Cada martes, y con la enfermedad avanzando implacablemente, van tratando los grandes temas de la vida.

Reproduzco aquí un diálogo en el que están hablando sobre la muerte (Albom, 2003:49):

“—De modo que nos engañamos acerca de la muerte —dije yo.

—Sí. Pero existe un planteamiento mejor. El de saber que te vas a morir y estar preparado en cualquier momento. Eso es mejor. Así, puedes llegar a estar verdaderamente más comprometido en tu vida mientras vives.

—¿Cómo puede uno estar preparado para morir? —dije.

—Haz lo que hacen los budistas. Haz que todos los días se te pose en el hombro un pajarito que te pregunta: «¿Es éste el día? ¿Estoy preparado? ¿Estoy haciendo todo lo que tengo que hacer? ¿Estoy siendo la persona que quiero ser?»”

Seguramente el mejor modo de ordenar bien nuestras prioridades, de vivir una buena vida, de incluir a todas las personas es, en lugar de vivir de espaldas a la muerte, asumirla como lo que es… algo ineludible y necesario. Como dice Morrie, “Cuando aprendes a morir, aprendes a vivir” (Albom, 2003:50).

 

Bibliografía

 

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