Inteligencia emocional

Mirar de frente a la muerte

Acabo de terminar un libro sobre la muerte que me ha gustado mucho. Lleva por título: Mirar al sol [autor: Irvin Yalom; Leer un fragmento]. Tiene un subtítulo muy sugerente: Superar el miedo a la muerte para vivir con plenitud el presente. “No es fácil vivir cada momento con total conciencia de que moriremos. Es como tratar de mirar al sol de frente: solo se puede soportar un rato” (p.17). Compartiré algunas ideas del libro, que surge de la experiencia del autor y sus años de ejercicio como psicoterapeuta, y mis propias reflexiones sobre este tema que me encanta y sobre el que llevo leyendo y pensando desde que una buena amiga me regaló el maravilloso libro de Elisabeth Kübler-Ross, La muerte un amanecer. [Creo que fue a partir de ese momento cuando la mariposa pasó a ser mi animal y símbolo preferido].

Mirar de frente a la muerte asusta. Hay personas que intentan vivir de espaldas a ella, como si esta no fuera a alcanzarles y no cuidan ni de sí mismas ni de otras. Mientras, hay otras personas que buscan trascender a través de los hijos e hijas, un ser querido, una causa o un ser superior (las religiones ayudan a mitigar el miedo a la muerte). Quien más quien menos siente ansiedad ante la idea de la muerte y esta ansiedad o bien es reconocible o puede esconderse tenazmente detrás de otros síntomas. Todos probamos un anticipo de la muerte cada vez que dormimos o cuando estamos bajo los efectos de la anestesia.

“Aunque el hecho físico de la muerte nos destruye, la idea de la muerte nos salva” (p.46), nos conecta con nuestra vida y su sentido, con el aquí y el ahora. Posibilita cambios trascendentes y una comunicación mucho más profunda. Esto es algo que relatan mucha personas ante un diagnóstico negativo, o personas que han tenido la “experiencia de despertar” (p.49) provocada por sucesos como: la pérdida de un ser querido, una enfermedad, una ruptura, un hito vital, un trauma, la salida de los hijos del hogar, la pérdida de un trabajo, etc. Existe una “explícita correlación entre el temor a la muerte y la sensación de no vivir la vida” (p.63). ¡Qué importante es vivir una vida plena, con sentido, que nos haga tener pocos arrepentimientos cuando llega el final! [Esto me recuerda los cinco arrepentimientos más comunes recogidos por Bronnie Ware, enfermera experta en cuidados paliativos (Zamorano, 2018)].

Según Epicuro el omnipresente temor a la muerte es la mayor fuente de sufrimiento, por eso proponía almacenar experiencias placenteras, grabarlas en nuestra memoria y aprender a revivirlas. Yalom, que se declara ateo, utiliza tres de sus argumentos en el trabajo con los pacientes y también para enfrentar su propio miedo: 1) La mortalidad del alma: “si somos mortales y el alma no sobrevive, no tenemos nada que temer en una vida después de la muerte” (p.95).  2) La muerte como aniquilación total: “si soy, la muerte no es, pero si la muerte es, no soy” (p.95). 3) El argumento de la simetría: “nuestro estado de no ser después de la muerte es el mismo en el que nos encontrábamos antes de nacer”. También señala que de todos sus años de experiencia ha encontrado un concepto muy útil, el de la propagación por ondas concéntricas, que se refiere a “dejar algo de la propia experiencia de vida. Algún gesto, algún buen consejo, alguna guía, algún consuelo a los demás, sabiéndolo o no” (p.99), lo que no quiere decir que necesariamente nuestro nombre o nuestra imagen nos sobrevivan. Esta idea nos ayuda a pasar del terror a la satisfacción. También hay muchas tradiciones que para afrontar la transitoriedad insisten en vivir en el momento presente, en el aquí y ahora. Coincido plenamente con la idea de asumir la responsabilidad sobre la propia vida. “Una de las frases preferidas de Nietzsche era amor fati, ‘ama tu destino’. En otras palabras, ‘crea un destino que puedas amar’” (p.117).

Mi primera experiencia consciente de transitoriedad fue cuando a mi padrino, un gran médico con quien me había criado, recibió el diagnóstico de cáncer de pulmón. Desde muy niña fui consciente de que mis padrinos podían haber sido mis abuelos, me llevaban 54 años. Pero no fue hasta ese momento del diagnóstico que vi a la muerte acechando y me tuve que enfrentar al dolor de la cercana pérdida de una de las personas que han marcado mi vida. Después he vivido más muertes de personas muy queridas: mi madrina, mi padre, mi madre, mi mentor y director de tesis… Cada una de ellas ha revivido las anteriores y me ha confrontado con esa realidad que a todos nos espera: la muerte.

Recientemente escuché una entrevista a Mar Garcia Puig (filóloga, editora y política española, diputada por Barcelona en el Congreso de los Diputados) en el que hablaba de su libro La historia de los vertebrados. En él relata lo que sintió al ser madre: “Ya no puedo morir. Soy madre”. Cuando la escuché me sentí plenamente identificada, y me atrevo a decir que muchas mujeres (y supongo que hombres también) compartirán también esta experiencia. En ese momento sentí, percibí, comprendí de una manera clara que tenía que cuidar de mí para poder cuidar a ese niño que se había quedado grabado en mí para siempre. El nacimiento de mi segundo hijo no hizo más que confirmarlo. Ahora que ya he pasado los 50, que es evidente que tengo más vida por detrás que por delante, que he pasado a primera fila porque mis mayores ya no están, hay un pensamiento, un miedo, que aparece de vez en cuando: “¿Se acordarán de mi mis hijos? ¿Habré dejado una buena huella en ellos?”.

Para terminar un consejo del autor, Irvin Yalom: “No olvides que mantenerte consciente de la muerte, abrazarte a sus sombra, es una ventaja. Tal conciencia puede integrar la oscuridad a tu chispa vital y realzar lo que te queda de vida. La manera de valorar la vida, la manera de sentir compasión por los demás, la manera de amar cualquier cosa con más profundidad es ser consciente de que estas experiencias están destinadas a perecer” (p.166).

Referencias

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Confianza online