A lo lejos, veo un caserío. No se si acercarme más. Es Tartaletxea. Hasta parece que me llega la brutal energía, salvaje y despiadada de sus habitantes. Un olor extraño, como a carne asada. Extraño digo porque no huele a ternera. Me ha dicho que es olor a carne humana.
Serán ciertas las historias de crueldad y terror que se cuentan de sus habitantes? Mientas sigo caminando para acercarme un poco más, me imagino al mítico personaje: Tartalo, inmenso con su ojo en la mitad de la frente buscando ovejas… y humanos.
Siento bajo mis pies más que un sonido… una vibración, como si algo botara una y otra vez contra el suelo. Afino la mirada, y allí lo veo, tal cual como contaban en algunas historias de Gipuzkoa, jugando, como a la pelota con una piedra tan pero tan grande que se necesitarían muchos forzudos para moverla. Hoy parece distendido… pero en algún momento, tendrá que comer.
Cuentan que en este caserío, en Tartalekea, vivieron los últimos cíclopes. Allí estaba Tartalo y un viejo cíclope que era tan pero tan viejecito que Tartalo le tenía que ayudar con un palo largo para levantar el párpado de su único ojo. El le cuidaba “cazando” alimento para ambos.
Su rebaño de ovejas, tenía el privilegio de pastar en la mejor zona.
Una de las tantas historias sobre este personaje, del cual se dice que más que vasco es un personaje proveniente de otros tiempos y otros lugares, cuenta que una vez, paseaba por estos lares un extranjero que no tenía ni idea del peligro que le acechaba. Inocencia que le costó más que cara pues fue a parar a Tartaletxea como una presa más.
Era poca comida, y Tartalo, salió a buscar mas dejando al extranjero bajo el cuidado del anciano cíclope. Lo amarró fuertemente, dejando una punta de la cuerda en manos del anciano para que de esta forma, pudiera controlarlo.
El extranjero, presuponiendo cual sería su fin, comenzó a intentar desatarse, aflojando poco a poco la cuerda. ¿Cómo huir de este gigante? Maquinó en su cabeza un plan y le dijo al anciano que tenía que satisfacer sus necesidades, vamos… que necesitaba mear.
El anciano consintió, y salieron de la casa. Ya entre los árboles, el extranjero que previamente había aflojado la cuerda, se soltó y la ató al haya en la cual, supuestamente estaba satisfaciendo sus necesidades. Y escapó. Cuenta el relato que el anciano, preguntó si le faltaba mucho, y al no tener respuesta, tiró con tal fuerza de la cuerda que arrancó al haya de raíz.
Muchas fuentes, consideran que este personaje, más que un mito propiamente vasco, es una herencia, por decirlo de alguna manera de la figura de Polifemo, el cíclope de la Odisea de Homero. Al igual que en la Odisea en la que el cíclope se queda ciego por propia manos de Ulises, en Euskadi se cuenta que Tartalo también quedó ciego por ese extranjero que le clavó en su ojo la vara de metal con la que atizaban el fuego.
Tartalo como símbolo de la amenaza. Tartalo, deforme, gigante, brutal, con un solo ojo que según Satrustegui simboliza la estrechez de su mirada. Un enemigo, que por sus propias características aparentemente fuertes, lo transforma en un blanco por su propia estrechez mental.

Patricia Furlong

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