“Una hiena que fisgoneaba, alrededor de un poblado, encontró un cabrito muerto cerca de un bosque. Se puso muy contenta y pensó:
– ¡Vaya que suerte! ¡Menudo festín me espera! No lo compartiré con nadie, me lo zamparé entero. Tengo que darme prisa antes de que alguien me vea y me pida o robe una parte.
Así pues la hiena se precipitó sobre el cabrito muerto, lo cogió y lo arrastró hacia el interior del bosque para poder darse tranquilamente un festín.
La hiena se disponía a comer, cuando percibió entre las ramas a una manada de hienas que se dirigía hacia el lugar donde se encontraba.
Por miedo a tener que compartir el almuerzo, escondió el cabrito, salió del bosque y se puso al borde del camino.
Allí, la hiena se puso a estirarse, a eructar y a bostezar ruidosamente:
– ¡Gwaah! ¡Gwaah! ¡Gwaah!
Sus congéneres extrañadas de tanta gesticulación se detuvieron y le preguntaron:
– ¿Hermana hiena qué te ocurre?
– ¡Nada malo! Simplemente me he dado un gran banquete y vuelvo tranquilamente a mi casa para echarme un sueño.
Resulta que en el pueblo ha muerto todo el ganado y el basurero está lleno de cadáveres. Allí encontraréis todo lo que necesitáis para saciar el hambre.
¡Id corriendo!
Al oír esta buena noticia, la manada arrancó a correr. Las hienas corrían tan deprisa que dejaba tras si una gran polvareda. Al ver la gran nube de polvo, la hiena pensó:
– Mi mentira ha debido de convertirse en verdad, pues nunca una mentira podría levantar tal polvareda.
¡Corramos rápido! ¡Corramos rápido!
Y dejando allí abandonado al cabrito, la hiena echó también a correr hacia el pueblo.
Tal es la fuerza de la mentira que de tanto repetirla, un buen día también el mentiroso acaba por creerla.”
¡Qué necedad!
Mentxu