Están sentados en el pórtico de la iglesia. Ella anhela que hoy sea el dÃa. Que por fin él se decida y la haga sentir fÃsicamente su amor. Él algo sospecha, claro, por eso lleva encima algún trago de más y sus ojos muestran cierto brillo delator. Alguien a cierta distancia les observa sin sospechar nada de esto.
Tras un breve periodo de torpe conversación, él se decide a actuar. Primero toma su mano entre las suyas, después la besa con cierta torpeza urgente y finalmente sus dedos escarban entre la ropa de la mujer hasta llegar a la piel. La excitación les supera y convierte las maniobras de la pareja en un espectáculo un tanto procaz. El involuntario testigo, que toma café en una terraza cercana, aparta su mirada de la escena y no puede evitar una mueca de asco.
– ¡Cuándo retirarán a estos indigentes de las calles!
Roberto Moso
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