Vila-Matas, Joyce, los libros y el ingenio creativo

Samuel Riba se tiene por el último editor literario, y una vez jubilado no termina de acostumbrarse a sus rutinas. Aunque padece cierta resaca social echa de menos el antiguo trajín; quizá porque sienta que su catálogo está incompleto: falta el nombre de un escritor genial que nunca descubrió. Sabemos que Riba ha dejado de beber, que si vLIBRO.Dublinescauelve a hacerlo es muy probable que Celia, su mujer, le deje; que cada miércoles visita a sus padres, de quienes se siente muy dependiente; que cree que convive con fantasmas, que se pasa el día pegado al ordenador, que atraviesa una crisis de identidad, que presta mucha atención a las casualidades, y que entiende la lectura “no sólo como una práctica inseparable de su oficio de editor, sino también como una forma de estar en el mundo: un instrumento para interpretar de forma literaria, secuencia tras secuencia, el diario de su vida”.

Uno de esos días, que transcurren pesados como el plomo, Riba tiene un sueño premonitorio que le llevará a Dublín, para celebrar un réquiem por la era Gutenberg. “Un funeral -dice- no sólo por el mundo derruido de la edición literaria, sino también por el mundo de los escritores verdaderos y los lectores con talento, por todo lo que se echa en falta hoy en día.” En ese viaje -que físicamente arranca hacia la mitad del libro-, Riba es acompañado por tres amigos que escoge y convence para llevar a cabo ese réquiem, aunque, especialmente dos de ellos, desconozcan el motivo último por el que el editor desea ir a Irlanda.

En Dublinesca (Seix Barral) se nos brinda, por tanto, un viaje exterior y otro interior, muy emocionante. Vila-Matas nos pasea por la obra de Joyce, en particular, y por la literatura irlandesa –incluso universal- en general. Nos toma de la mano y nos conduce con su personalísima voz, a través de unas páginas singulares, sugerentes, algunas muy divertidas y, no en pocas ocasiones, inolvidables. El autor catalán se hace dueño en esta novela de un runrún hipnótico que seduce y al que no conviene resistirse porque esa seducción desembocará en el placer de leer una buena novela. En ocasiones como ésta, merece la pena dejarse conquistar.

Txani Rodríguez

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