Al tomar un ejemplar del libro Diarios 1999-2003 (Pepitas de Calabaza) de Iñaki Uriarte, y curiosear su solapa, sólo sacaremos en claro que los ha escrito un hombre que nació en Nueva York en 1946, que es de San Sebastián y que vive en Bilbao. En cambio, cuando, tras la deliciosa lectura que concede, cerremos ese mismo libro, sabremos más del autor de lo que quizá sepamos de algunos de nuestros amigos. La clave está en la forma de enfrentarse a la escritura: “Pla dice que hay que escribir como se escribe una carta a la familia, pero con un poco más de cuidado. Aquí voy a hacerlo como si hasta las cartas fueran un alarde de retórica. Como si hablara solo”, escribe Uriarte y, realmente, ese propósito se mantiene en las entradas de este diario, escritas con sencillez, y que, sin embargo, consiguen deslumbrar al lector. Sin duda, Uriarte ha dado con un tono que domina a la perfección.
Respecto al contenido de los diarios, resulta destacable la franqueza con la que el autor expone ideas, derivas, situaciones vividas, análisis, reflexiones y sentimientos. La política vasca, el amor a su gato Borges, viajes, lecturas, conversaciones, miedos, todo conforma un engranaje bien articulado, sugerente, a veces muy divertido y, otras, revelador.
Iñaki Uriarte asegura que escribe para circunscribir un mundo que con la edad se le va haciendo cada vez mayor. “Cada día –añade- tengo más la sensación de saber menos, de ver a menos gente y entenderla peor, de que todo es más grande, lejano e incomprensible”. Sin embargo, su voz llega muy clara. Si abren estos diarios, notarán cómo se sienta a su lado un hombre, que les va a hablar, no ya de su vida, sino de la vida en sí, y lo va hacer, además, de un modo extraordinario. No es poca cosa.
Txani Rodríguez
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