Decidió ver la última pelÃcula en la que habÃa trabajado confundido entre la gente común que asiste a los cines. Fue asà constatando, con cierto alivio, que la audiencia allà presente se reÃa con sus gags, se emocionaba con sus frases más profundas y respondÃa adecuadamente a la intención prevista para las escenas clave.
Al terminar la proyección permaneció arrellanado en su butaca escuchando disimuladamente los comentarios admirados de un auditorio rendido. Ahà quedo durante un buen rato, saboreando las mieles del éxito hasta que un operario malencarado le conminó sin contemplaciones a abandonar la sala.
Triste papel, pensó, el del guionista.
Roberto Moso
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