Kim Stanley Robinson redescubre al Galileo más fantástico

No se le puede negar ambición al escritor estadounidense Kim Stanley Robinson (Illinois, 1952). En su obra magna, la Trilogía de Marte, narraba como podría ser la terraformación del planeta rojo a través de varios siglos. Componía así un tapiz impresionante en el que se aunaban las peripecias individuales con las gestas colectivas y con todo tipo de reflexiones políticas, religiosas, económicas, filosóficas y sociales. El resultado, una de las grandes epopeyas de la fantasía moderna, ha sido pocas veces superado.

Después llegó Tiempos de arroz y sal. El desafío era también considerable: rescribir la historia de la Humanidad desde la Edad Media hasta nuestros días, variando solo un hecho del pasado: la peste acababa con Europa y con toda la civilización cristiana. Desde ese momento Robinson inventaba una historia alternativa en la que los dos polos del poder se situaban en Oriente Próximo y Asia, en las culturas musulmana y china que se apoderaban del mundo. Lo curioso del caso es que esa historia acababa repitiendo la real y acababan apareciendo personajes como Leonardo, Newton ó Einstein. El resultado era desigual, pero muy sugerente.LIBRO.El sueño de Galileo

Y ahora llega este El sueño de Galileo (Minotauro). Otro “tour de force” arriesgado. El protagonista de la historia es Galileo Galilei, el gran astrónomo y matemático, el gran científico. Estamos en los albores de la ciencia en 1609 y el dogmatismo se extiende por Europa con la lucha a muerte entre la Reforma y la Contrarreforma. Todos aquellos que piensan de manera diferente, que aportan nuevas cosas, están al borde del precipicio. Galileo se ha atrevido a afirmar, desarrollando las teorías copernicanas, que la Tierra da vueltas alrededor del Sol y no al revés, como indican las Sagradas Escrituras. En un tiempo de fundamentalismo, el razonamiento científico puede llevarte a la hoguera. La novela narra la impresionante batalla que Galileo mantiene durante treinta años con la Curia Romana y los diferentes Papas, hasta su aparente e histórica claudicación final.

Robinson introduce en toda esta recreación histórica una trama fantástica: los sueños a los que se refiere el título de la novela. En estos sueños a Galileo se le aparece un viajero del tiempo que viene del futuro, de una de las lunas del planeta Júpiter en 3020. Busca consejo. Quiere que Galileo medie en una disputa que enfrenta a los ciudadanos de esa luna: entablar ó no contacto con una criatura alienígena que vive bajo los hielos de Europa, una de las lunas jovianas.

Ese diálogo entre pasado -presente para Galileo– y futuro le sirve al escritor para reflexionar sobre el enfrentamiento entre ciencia y religión; sobre la soberbia mil veces manifestada por los científicos; sobre los enfrentamientos que se repiten sin cesar (fundamentalismo, extremismo, violencia, persecuciones…); sobre el método científico con sus maravillas y sus amarguras; y sobre la educación, la experiencia y los errores que se cometen (“Nunca se puede enseñar a los demás nada importante. Las cosas importantes debe aprenderlas uno mismo, casi siempre cometiendo errores, de modo que las lecciones siempre llegan demasiado tarde para ayudarnos. En este sentido, la experiencia es inútil. Es precisamente lo que se puede transmitir por medio de una lección ó una ecuación”).

La novela no es redonda porque a Robinson se le va de las manos la parte fantástica. Y es raro, porque la especulación siempre se le ha dado bien. Empieza con interés, pero lo que sucede en las lunas de Júpiter se va diluyendo, aunque sepamos que esa parte del relato es fundamental para su tesis: todo se repite en la historia de la Humanidad, lo bueno y lo malo. Sin embargo la parte recreada de la realidad, la vida de Galileo, sus triunfos y sus derrotas, es magnífica, está repleta de sabiduría y de portentosos relatos sociales y personales.

En resumen, no será esta la mejor novela de Kim Stanley Robinson, pero tiene los suficientes ingredientes interesantes como para ser de obligada lectura. Los momentos de disfrute son impagables.

Enrique Martín

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