La maestría decimonónica del ruso Iván Goncharov

Comparado con gigantes de la talla de Pushkin, Gógol, Tosltói, Dostoyevski, Turgéniev y Chéjov –los grandes maestros de la literatura rusa del siglo XIX-, la figura de Iván Goncharov (1812-1891) podría pasar desapercibida. Craso error. Porque Goncharov es el autor de una de las novelas rusas más importantes de todos los tiempos, Oblómov. En ella por primera vez se retrataban los dos arquetipos del alma rusa: la del hombre decadente, perezoso, aristócrata y mediocre que no quiere que se produzca ningún cambio porque la vida le ha tratado bien, y la del hombre equilibrado, renovador y partidario de la acción que ama el progreso y los cambios “a la occidental”. Además de esta novela Goncharov escribió una obra ingente que incluye narrativa, poesía, ensayo, crítica literaria y teatral y multitud de LIBRO.El mal del impetucrónicas de todo tipo, desde la costumbrista a la social, pasando por la cultural y la política. Una obra que está recogida en nueve tomos. Fue funcionario del estado y llegó a ocupar el cargo de Director General de Ediciones e Imprenta y Censor General, como suena.

Entre las obras de Goncharov destacaron los cuentos y las novelas breves, muchas de ellas de contenido satírico. El mal del ímpetu (Minúscula) es una de ellas. El narrador, Fílip Klímovich, nos cuenta su extraña relación con la familia Zúrov que vive en San Petersburgo. Durante el invierno se comportan como una familia acomodada y culta más, que vive encerrada en su casa y que abre sus salones a todo tipo de tertulias, en las que se habla de lo humano y lo divino, se realizan lecturas y se escucha música. Pero cuando llega el buen tiempo, los Zúrov se ven abducidos por el mal de la vitalidad extrema. Llega un momento en el que no pueden parar en casa, que tienen que realizar todo tipo de excursiones extenuantes en las que se olvidan hasta de comer. El objetivo es andar y andar, recorrer caminos y sacarle el jugo a la vida y la naturaleza. El bueno de Klímovich se ve arrastrado por esta espiral suicida, a pesar de que su amigo Nikon Ustímovch Tiazhlenko, perezoso terrateniente ucraniano que raras veces sale de su cama, le alertó de los peligros de esta relación.

La novela es tremendamente divertida, con capítulos desternillantes y unos brillantes retratos de personajes sutilmente caricaturescos: el padre Alexei, que siempre tiene en la boca un cigarro; la madre María, volcada en su habitual costura; los niños sin nombre de todas las edades, que pululan por todas partes; las bellas Fiokla y Zinaida, tímida la primera, impulsiva la segunda, que forman parte del paisaje… Todos dejan su ropaje de seres civilizados cuando llega la primavera para transformarse en unos salvajes de tomo y lomo. La historia no ha perdido ni un ápice de frescura y curiosamente resulta muy moderna por la forma de enfocar un asunto que está a debate en estos momentos en nuestra sociedad: los excesos a los que puede llevar una mal entendida actividad desenfrenada en contacto con la naturaleza. Esta novela breve de Goncharov puede servir para abrir boca, para interesarnos por la obra de un maestro prácticamente desconocido de la literatura rusas decimonónica.

Enrique Martín

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