William Trevor, la elegancia y el amor en la vieja Irlanda

La elegancia en el estilo no es algo raro en la literatura. El irlandés más inglés de la historia, Oscar Wilde, lo era; el argentino Jorge Luis Borges también. Más recientemente, el italiano Antonio Tabucchi y el francés Pascal Quignard han entrado en este club selecto por la puerta grande gracias a sus méritos “elegantes”. Hay muchos más ejemplos que podríamos poner, mirando incluso mucho más atrás en la historia de la literatura, pero no es cuestión de extenderse.

Cuando hablamos de estilo elegante, no nos referimos a esos escritos “bonitos” que abundan tanto hoy en día; escritos vacíos que cuentan historias aparentemente trascendentes, “profundas”, que devienen en pastiches insoportables y pedantes que rozan el ridículo y la melosidad más rimbombante. Narrativa-13.5x22-PLANTILLACuando hablamos de estilo elegante, hablamos de esos escritos en los que la forma y el fondo se aúnan de manera natural y misteriosa, provocando en el lector una sensación de deleite insuperable. Hablamos de escritores que tienen un dominio del lenguaje asombroso, pero que no hacen alarde de él; de escritores que desdeñan la ampulosidad tanto en el retrato exterior como en el interior, y que nunca, nunca, utilizarán cuatro palabras, cuando puedan utilizar una sola que defina la situación narrada. Son escritores además a los que interesa la verdad desnuda de las cosas, habitualmente terrible, pero de la que extraen una melancólica y extraña poesía.

Valga todo este preámbulo para decir que he descubierto a uno de esos escritores elegantes, a un gran escritor. Es irlandés y se llama William Trevor. Es un hombre ya maduro que nació en el condado de Cork en 1928. Tiene por tanto más de ochenta años. Su novela Verano y amor (Salamandra) estará, sin lugar a dudas, entre las mejores publicadas en el inicio del siglo XXI. Cuenta una historia aparentemente trivial y trillada que acontece en los años cincuenta ó sesenta del pasado siglo, la historia de amor que surge entre una joven huérfana casada con un granjero viudo y callado, y un joven de la clase media alta cuya familia está al borde de la ruina. Son Ellie y Florian. Los dos se conocen durante un entierro, y ella, que nunca ha sentido ni el amor verdadero ni la felicidad, caerá rendida ante los encantos de un atribulado y abúlico tarambana, que curiosamente acabará enamorándose de ella.

Hay una sensación de pérdida durante toda la novela. De un tiempo que pudo ser y no fue, de un amor que pudo haber tenido una oportunidad y no la tiene. Hay muchos personajes tristes en el libro: el marido de Ellie, que perdió a su primera mujer y su hijo en un estúpido accidente; el dueño del pub y del almacén de carbón del pueblo, que no sabe reconocer el amor puro que le profesa su secretaria; el de la dueña de la pensión, que fue abandonada en su juventud por un viajante de comercio que la dejó embarazada; y el del viejo bibliotecario de una familia aristocrática que vaga alucinado por las calles del pueblo esperando el retorno de sus viejos señores.

A pesar de toda esta tristeza y esta sensación de pérdida, Verano y amor no es una novela sentimental, ni trágica, es una novela luminosa repleta de momentos enternecedores, vibrantes, profundamente humanos y dignos, que eleva a sus personajes y que nos hace enamorarnos de ellos, a pesar de sus renuncias, de sus frustraciones y sus carencias. Si no estuviera tan viciado el adjetivo, diría que estamos ante una novela hermosa, una de las más hermosas que hayamos podido leer en los últimos años. Talentoso Trevor, gran estilista, profundo y conmovedor escritor.

Enrique Martín

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