El Tocho. “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust

Mucho tiempo he estado acostándome temprano. A veces apenas había apagado la bujía, cerrábanse mis ojos tan presto, que ni tiempo tenía para decirme: «Ya me duermo» . Y media hora después despertábame la idea de que ya era hora de ir a buscar el sueño; quería dejar el libro, que se me figuraba tener aún entre las manos, y apagar de un soplo la luz; durante mi sueño no había cesado de reflexionar sobre lo recién leído, pero era muy particular el tono que tomaban esas reflexiones, porque me parecía que yo pasaba a convertirme en el tema de la obra, en una iglesia, en un cuarteto, en la rivalidad de Francisco I y Carlos V. Esta figuración me duraba aún unos segundos después de haberme despertado: no repugnaba a mi razón, pero gravitaba como unas escamas sobre mis ojos sin dejarlos darse cuenta de que la vela ya no estaba encendida.

LIBRO.En busca del tiempo perdidoAsí comienza Por el camino de Swan, primera de las siete novelas, de que consta En busca del tiempo perdido, la mayor cumbre narrativa de la literatura francesa del siglo XX. Su autor, Marcel Proust, vástago de una acaudalada familia judía, dedicó los quince últimos años de su breve vida a levantar testimonio del mundo que había conocido.

Sólo tres de este ciclo de siete novelas llegó a ver publicadas, antes de su muerte en 1922, un escritor cuyos diversos padecimientos (asma, alergia, insomnio) le llevaron prácticamente a la reclusión diurna en su casa y a unas costumbres absolutamente bohemias: vivir de noche y escribir en la cama.

En la última de las novelas del ciclo titulada El tiempo recobrado (publicada póstumamente en 1927), Proust, que escribe siempre en primera persona, expone su convencimiento de que el tiempo solo se puede recuperar a partir de sensaciones presentes que, por azar, tienen el poder de evocar todo un mundo de experiencias pasadas similares y de recuerdos asociados.

Así, el sabor de una magdalena mojada en el té, pueden reconstruir todo un universo de sensaciones y recuerdos pertenecientes a la infancia. Pero no solo ésta sino otras sensaciones olfativas o táctiles pueden ayudarnos a recuperar, como el título anuncia, todo un tiempo perdido. Que en el caso de Proust es, sobre todo, el tiempo de las grandes soirées, de las selectas recepciones en casa de los príncipes de Guermantes, verdadero foco de atracción en la novela.

Recordaba Hanna Arendt en su espléndido ensayo sobre Los orígenes del totalitarismo que a comienzos del pasado siglo se estilaba en los  salones más selectos admitir al judío rico y culto o al homosexual aristocrático e ingenioso, tipos anómalos que tenían el atractivo de lo morboso y ponían la guinda en la reunión. Precisamente dos de las figuras principales en este ciclo novelesco de Proust  son el millonario judío Charles Swan, experto en arte, y el barón de Charlus, homosexual brillante y mordaz. Estos y otros personajes entonan un canto a la belleza, al arte, a la atracción erótica y al amor, vivido éste de una forma obsesiva y heterodoxa, entre aristócratas y plebeyos, entre el magnate Charles Swan y la cocote Odette de Crecy, entre el barón de Charlus y el zapatero Jupian, entre el heredero Robert de Saint Loup y la cantante Raquel, entre el propio Proust y Albertine Simmonet.

Pero el verdadero protagonista de la novela, como en todas las grandes obras, y en ésta quizá más que en ninguna, es el estilo, el lenguaje, rico tejido de larguísimas frases subordinadas, inagotables, llenas de meandros, con una asombrosa fuerza evocativa y metafórica. Un solo ejemplo deslumbrador de esto último: Charles Swan espera a la princesa de Guermantes, que se presenta, una vez acabado su tocado, luciendo un espectacular vestido rojo. Swan, admirado, la compara con “un rubí en llamas”. Una imagen tan poderosa que casi estalla por su rotundidad en la imaginación de este lector sensible que les habla.

Cuentan que James Joyce y Marcel Proust coincidieron en un taxi después de una fiesta. Al parecer, los dos escritores más torrenciales del pasado siglo, no tuvieron nada que decirse.

Javier Aspiazu

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