Los raros. Raymond Roussell y su insólita visión africana

A eso de las cuatro de aquel 25 de junio, todo parecía estar listo para la coronación de Talú VII, emperador de Ponukelé, rey de Drelchkaff.

Aunque el sol iba bajando, el calor seguía siendo sofocante en aquella región de África próxima al Ecuador, y todos y cada uno de nosotros nos sentíamos agobiados por la temperatura, que presagiaba tormenta, pero que no modificaba brisa alguna.

Ante mí se extendía la inmensa plaza de los Trofeos, situada en el mismo centro de Ejur, imponente capital formada por innúmeras cabañas y bañada por el Océano Atlántico, cuyos lejanos bramidos oía yo a mi izquierda…

LIBRO.Impresiones de África

Este es el comienzo de Impresiones de África de Raymond Roussel. Una novela tan insólita como la vida de su autor. Roussel procedía de una acaudalada familia parisina, cuya herencia le permitió satisfacer todos sus caprichos y manías. Se cuenta, por ejemplo, que odiaba las ropas lavadas y usaba solo dos veces cada camisa, que si le gustaba una obra de teatro veía todas las representaciones o que hacía las cuatro comidas del día juntas, de una sentada, “para ahorrar tiempo”. Tras participar en la Primera Guerra Mundial, en 1920 da la vuelta al mundo en barco y algunos años después se pasea por media Europa en una especie de roulotte de nueve metros diseñada por él mismo. Pero ninguna de sus vivencias le sirvió como fuente de inspiración para sus obras, pues, según su principal credo estético, las creaciones literarias debían ser combinaciones imaginarias de palabras, sin ningún contacto con la realidad.

El África evocada en esta obra es, por tanto, completamente fantástica, teatral y extravagante. Nos cuenta cómo los viajeros del buque Lyncée, con destino a Buenos Aires, naufragan en las costas de África y son retenidos por Talú VII, emperador de Ponukelé, que quiere obtener un rescate a cambio de su liberación. A la espera del mismo, los viajeros, entre los que hay miembros de la troupe de un circo, químicos, hipnotizadores, cantantes o bailarinas, deciden organizar una gala, un espectáculo al que todos contribuirán con sus respectivas habilidades para conmemorar la coronación de su captor y entretener a los nativos. Las actuaciones son disparatadas y absurdas: el cantante de la voz cuádruple, la orquesta termomecánica del químico Bex, el gusano que toca la cítara, el músico cojo cuya flauta está hecha con su fémur, etc, etc. La descripción de los artilugios mecánicos que utilizan estos estrambóticos personajes puede resultar farragosa, pero también, con frecuencia, desternillante. Y la capacidad de fabulación que demuestra su autor, admirable.

Impresiones de África se editó en 1910 y a sugerencia de Edmond Rostand, se llevó al teatro al año siguiente, adaptación que supuso un clamoroso fracaso; sin embargo Marcel Duchamp y los surrealistas la defendieron con entusiasmo y consideraron a su autor un precursor de su movimiento. No es de extrañar porque la delirante imaginación de Roussel tiene bastante en común con el culto al inconsciente de los surrealistas. Además, su curioso método combinatorio de escritura le conecta plenamente con el espíritu de las vanguardias. Aun así, el talento lúdico y fantasioso de Roussel fue poco apreciado en vida y tras arruinarse con las costosas versiones teatrales de sus obras, acabó suicidándose en 1933.

Solo hay una buena traducción de Impresiones de África, la que publicó Siruela en 1990 y aunque sea difícil, merece la pena conseguirla.

Esta novela puede producir irritación, asombro y regocijo, casi a partes iguales. Pero si tienen la paciencia de leerla, no la olvidarán nunca.

Javier Aspiazu

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