La editorial Funambulista continúa acercando a los lectores la obra de la notable y original escritora japonesa Yoko Ogawa (Okayama, 1962). Seguramente esto ha sido posible gracias al éxito, al boca a boca, de una novela tan estimulante y tierna como La formula preferida del profesor. En aquel libro Ogawa nos contaba la historia de una madre soltera que entraba a trabajar como asistenta en casa de un viejo y huraño profesor de matemáticas que tras un accidente de automóvil había perdido la memoria, mejor dicho, la autonomía de su memoria, que sólo le dura ochenta minutos. El profesor se va encariñaba poco a poco de la mujer y de su hijo de diez años al que acababa llamando Root, raíz cuadrada en inglés, y al que le unía la pasión por el béisbol. Ogawa transformaba la historia en un delicado canto al amor, a la amistad y a la enseñanza. Un libro sencillo, directo y muy hermoso.

Antes de este libro, Funambulista publicó El embarazo de mi hermana y después Perfume de hielo y La niña que iba en hipopótamo a la escuela. Y ahora se publica este cuento largo, La residencia de estudiantes, que originalmente estaba incluido en un volumen con otros relatos. Un cuento en el que se nos cuenta la historia de una mujer casada, separada temporalmente de su marido que está trabajando en Europa, y que recibe a un primo lejano que le pide ayuda para encontrar una residencia de estudiantes. Entonces ella le recomienda aquella en la que estuvo de joven. Una residencia dirigida por un profesor minusválido que tiene una poderosa y enigmática personalidad. La residencia está en horas bajas y sobre ella recaen las sombras del posible asesinato de un alumno que desapareció sin dejar huellas.

Okawa juega con el “será ó no será”, con la duda de si sucedió algo realmente siniestro que podría volver a suceder con su primo; y sitúa la historia en el campo de juegos de la fértil narrativa de misterio, fantasmas y aparecidos japonesa. Un libro repleto de lecturas. Un libro sutil, inquietante, misterioso, repleto de poderosos retratos psicológicos  y, como siempre en su autora, hermosamente escrito.

Enrique Martín