El Tocho. El idiota de Dostoievski, con perdón

A fines de Noviembre, en un día de deshielo, a eso de las nueve de la mañana el tren de Varsovia se acercaba a Petersburgo a todo vapor. La humedad y la niebla eran tantas, que a duras penas se abría paso la luz del día; desde las ventanillas del vagón resultaba difícil distinguir nada a diez pasos de distancia, tanto a la derecha como a la izquierda de la línea férrea. Entre los viajeros los había que regresaban del extranjero, pero los compartimentos más repletos eran los de tercera clase, todos ellos ocupados por gente modesta y laboriosa que no procedía de puntos lejanos. Como es de rigor, todos estaban cansados, a todos se les cerraban los ojos después de la noche de ajetreo, todos habían quedado ateridos y a todos se les veía la cara pálida, amarillenta, casi del color de la niebla”.

LIBRO.El idiotaAsí comienza El Idiota, de Fiodor Dostoievski, novela que comenzó a publicarse el 1 de Enero de 1868 en El mensajero ruso. El año anterior Dostoievski había iniciado su segundo viaje por Europa, esta vez junto a su secretaria y esposa Ana Grigorievna. Fue durante su estancia en Ginebra cuando comenzó a perfilar la idea de una novela sobre la posibilidad de la perfección moral en un mundo hostil. El autor aún era víctima de su pasión por el juego, que le impulsó a recorrer, acumulando pérdidas, los casinos del sur de Alemania y Suiza. La subsistencia del matrimonio, gracias a continuos adelantos editoriales y visitas a las casas de empeño, era de lo más azarosa. Quizá este factor de desequilibrio influyera de forma especial en la novela que hoy comentamos. Si ya en otras de sus obras, como Crimen y Castigo o Apuntes del Subsuelo, Dostoievski había descrito figuras de psicología perturbada, en El idiota casi todos los personajes principales exhiben síntomas de algún tipo. El príncipe Mishkin, además de epiléptico, como el propio Dostoievski, es un hombre de bondad absoluta y extrema ingenuidad, circunstancias que le llevan a una indefensión casi total, de ahí que en ocasiones le hayan considerado “idiota”. Una de las mujeres que ama, Nastasia Filipovna, escapa constantemente del matrimonio, y su actitud hacia los hombres oscila entre la provocación y el rechazo: una de las características, según Freud, de la conducta histérica. Rogotzin, el principal contrincante de Mishkin por el amor de Nastasia, es un individuo ávido, violento, incapaz de la mínima empatía con cualquier otro ser humano, un psicópata en definitiva. El general Ivolguin muestra una incipiente demencia senil complicada con alcoholismo. Y así podríamos seguir haciendo una amplia lista de las taras de los personajes de esta historia que acaba por convertirse, mucho antes de la aparición de cualquier compendio de trastornos, en un improvisado manual de psicopatología.  Pero es justamente ese buceo apasionado en tantas personalidades al límite, lo que constituye uno de los rasgos más atractivos de El idiota.

Otro se encuentra en el vertiginoso desarrollo de los acontecimientos que atrapa al lector casi desde el inicio. De la primera a la segunda parte de la obra, la suerte de Mishkin cambia por completo, y con ella la actitud de cuantos le circundan. Esta acertada utilización de recursos folletinescos, en lo que Dostoievski era un maestro, consigue que la trama resulte interesante de principio a fin.

Un último aspecto y no menos importante, es el de los dilemas morales que plantea El idiota: ¿Se pueden confundir amor y compasión, como hace Mishkin?, ¿se han de perdonar todas las ofensas, por graves que sean?, ¿es posible ser siempre bondadoso sin llegar a la autodestrucción?… Son interrogantes que cada lector verá respondidos sumergiéndose en esta apasionante novela, la más perturbadora de cuantas escribiera Dostoievski.

Javier Aspiazu

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