El Tocho. Middlemarch, la voz femenina enmascarada de George Eliot

La señorita Brooke poseía ese tipo de hermosura que parece quedar realzada por el atuendo modesto. Tenía las manos y las muñecas tan finas que podía llevar mangas no menos carentes de estilo que aquellas con las que la Virgen María se aparecía a los pintores italianos, y su perfil, así como su altura y porte, parecían cobrar mayor dignidad a partir de su ropa sencilla, la cual, comparada con la moda de provincias, le otorgaba la solemnidad de una buena cita bíblica…inserta en un párrafo de periódico actual. Solían hablar de ella como de persona de excepcional agudeza, si bien se añadía que su hermana Celia tenía más sentido común…

LIBRO.MiddlemarchEste es el comienzo de Middlemarch, de George Eliot, seudónimo de Mary Ann Evans, la más inteligente y emancipada de las escritoras inglesas del siglo XIX, que usó un nombre masculino para que su trabajo fuera tomado en serio. Si bien las hermanas Bronte, Jane Austen o Ann Radcliffe tuvieron un eco notable, sus intereses se limitaron casi exclusivamente al ámbito amoroso, doméstico o a la novela gótica. Ninguna de ellas acertó a describir la realidad social con un enfoque tan amplio y crítico como el de Eliot en esta espléndida novela publicada en 1871.

Con el subtítulo “Un estudio de la vida de provincias”, Middlemarch se desarrolla en un imaginario pueblo inglés del mismo nombre entre los años 1830 y 1832, al filo de la aprobación de la primera Ley de Reforma, que modernizó el sistema electoral británico. Un acontecimiento que simboliza el avance inevitable del progreso a pesar de los renuentes habitantes de Middlemarch y su comarca. Esta dialéctica entre tradición y progreso, del que la aparición de mujeres con voluntad propia es otra faceta más, constituye el gran tema de la obra.

La autora urde un tejido de relaciones rico y complejo, con cerca de cien personajes, pero entre todos ellos destaca poderosamente Dorotea Brooke: joven sensible e inteligente, que desea realizarse como mujer ayudando en sus investigaciones al hombre que elige como marido, el maduro erudito Edward Casaubon. Éste ha dedicado toda su vida a una supuesta gran obra de mitología comparada que resulta ser un fiasco. La muerte de su marido supondrá para Dorotea una liberación y la posibilidad de iniciar una relación más auténtica.

Casi tan idealista como Dorotea resulta el otro gran personaje de Middlemarch, el Dr. Lydgate, un prometedor científico con ideas renovadoras cuyo matrimonio con la superficial Rosamond Vincy le obligará a renunciar a sus expectativas profesionales. El doctor Lydgate representa, además, un tema poco tocado en la novela victoriana: el de la pasión intelectual, ansia de conocimiento que dominó en sumo grado a la propia autora, quien conocía varias lenguas y tradujo al inglés a diversos filósofos alemanes.

El ritmo narrativo de Middlemarch es sosegado, como la vida de sus habitantes. El tono, suavemente didáctico, muy a menudo está teñido de ironía. Los debates sobre la reforma política y los intereses contrapuestos de hacendados rurales y ciudadanos quedan reflejados en diálogos llenos de fluidez y agudeza. Hay que destacar por último, el humor de algunos capítulos, servido por el chocante Mr. Brooke, hacendado que se postula como candidato reformista al Parlamento a pesar de su pensamiento errático y su discurso incoherente.

Middlemarch es, en definitiva, una fascinante novela de ideas, con una mirada especialmente incisiva sobre un periodo crucial de la historia inglesa. La novela realista de la era victoriana alcanza aquí uno de sus mayores logros. Así que ya saben, si llegan a cansarse del bicentenario de Dickens, la alternativa puede ser George Eliot.

Javier Aspiazu

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