Yoko Ogawa, infancia, adolescencia y juventud en Japón

La editorial Funambulista continúa acercando a los lectores la obra de la notable y original escritora japonesa Yoko Ogawa (Okayama, 1962). Seguramente esto ha sido posible gracias al éxito, al boca a boca, de una novela tan estimulante y tierna como La formula preferida del profesor. Antes de este libro, esta misma editorial publicó El embarazo de mi hermana y posteriormente Perfume de hielo y La residencia de estudiantes.

Este verano he podido leer los tres libros de Ogawa a los que todavía no había hincado el diente. El primero de ellos ha sido Hotel Iris, publicado por Ediciones B hace diez años y que fue el primer libro traducido al castellano de la escritora japonesa. Una novela de iniciación que relata la relación entre una joven de 17 años que trabaja en un pequeño hotel de verano que regenta su madre y un hombre maduro y solitario que malvive de sus traducciones de ruso. Entre los dos surge un amor aparentemente puro y tierno, que esconde una malsana relación masoquista de posesión y entrega.LIBRO.La piscina

El segundo libro ha sido otra novela de Funambulista que se publicó el año pasado, La niña que iba en hipopótamo a la escuela. La historia de una niña humilde de doce años, Tomoko, que tiene que vivir en la casa de sus tíos ricos cuando su padre muere. Allí establecerá una intensa relación con su prima Mina, un año menor que ella, que sufre asma crónica y que se traslada a la escuela en un hipopótamo enano por temor a los humos de los tubos de escape de los coches. Una novela que indaga en los secretos de una aparente familia feliz compuesta por una abuela alemana que huyó del nazismo, un padre que huye de sus responsabilidades conyugales, una madre que se refugia en la búsqueda de erratas en letra impresa para ocultar su dolor y una fiel y anciana cocinera que es el alma de la casa.

Y el tercer libro que he leído de Yoko Ogawa, es el último publicado entre nosotros por Funambulista, una novela breve ó un relato largo titulado La piscina. Otra de esas historias morbosas, tan del gusto de la autora, que se acerca a la vida de la adolescente Aya, la hija de un matrimonio que regenta un orfanato que se ha sentido siempre abandonada por su padres a los que acusa de dar a otros niños el cariño que cree le han negado a ella. Aya está obsesionada con el cuerpo de Jun, un chico del mismo orfanato, al que observa en secreto mientras practica saltos de trampolín, y con el pequeño Rie en el que centra su ira contra el mundo, aterrorizándole constantemente.

Los tres libros, escritos en 1996, 2006 y 1990, respectivamente, demuestran la maestría de la autora a la hora de diseccionar la infancia y la juventud y a la hora de describir las extrañas relaciones de amor y odio que establecemos los humanos con aquellas personas que tenemos más cerca. Historias de relaciones humanas en las que subyace siempre algo inquietante, una inquietud que no tiene porque derivar en un final trágico ó desesperanzado porque la solidaridad y la comprensión a veces se imponen sobre el lado tenebroso de la vida. E historias en las que los deportes –la natación, el voleibol ó los saltos de trampolín- adquieren una gran relevancia como metáfora del coraje con el que hay que enfrentarse al mundo y sus retos.

Un apunte final. Un gran aplauso para las maravillosas traducciones de Héctor Jiménez Ferrer y de Yoshiko Sugiyama –a veces juntos y a veces por separado- en los libros de Funambulista y de Jordi Mas en el de Ediciones B. Gracias a ellos estamos descubriendo la literatura de una excelente escritora contemporánea, Yoko Ogawa.

Enrique Martín

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