Santiago salió a la calle acuciado por unas tremendas ganas de fumar. Todos a su paso se empeñaban en despedirle. Manos de todos los tamaños y edades se movÃan en un sereno y melancólico balanceo. Una familia antigua con dos niños vestidos de marineros, viejos camaradas con gafas de culo de vaso, milicianos antifascistas, brigadistas con gorros rusos, falangistas sonrientes, muchachas Belle-Epoque, polÃticos de todo pelo. ¿Qué estaba pasando?. Llegó por fin al estanco, salió abriendo el paquete con gran nerviosismo, sacó un cigarrillo, lo encendió ansioso y sintió como todo su ser se llenaba con una calada plena, inmensa, definitiva.
Roberto Moso
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