En el año de su bicentenario parece razonable leer alguna obra relacionada con Charles Dickens, aunque solo sea por los buenos ratos que nos ha hecho pasar. Pero seguramente con la abundancia y la distancia ya no sabemos muy bien cuales de sus escritos hemos leÃdo, los que nos han contado y aquellos que conocemos solo por sus adaptaciones cinematográficas. En esa encrucijada he creÃdo lo más oportuno dedicar un tiempo a la biografÃa del escritor más reciente, y según las reseñas una de las más completas. Lo es, desde luego, completa. Casi dirÃa que demasiado. Igual no es necesario saber con detalle quienes cenaron con Dickens en cierta ocasión si de aquella reunión no salió algo importante para la historia del biografiado. Pero estas minucias aparecen con frecuencia en esta obra. Cosas de historiadores que buscan certificado para todo. Y ya que lo tienen lo incluyen. Me quedo en la anécdota. La verdad es que esta biografÃa de Dickens parece una versión corregida y aumentada de algunas de las que ya se habÃan publicado y contiene todos los hechos destacados, y algunos irrelevantes, de la vida del autor. Asà que es un buen trabajo recopilador. Está correctamente escrita, sin duda por debajo de la escritura del homenajeado, pero ¿quién puede hacerle sombra a alguien que escribe frases monumentales cada tres lÃneas con tal aparente facilidad? Y, además, va dejando entrever la postura de la autora frente a la vida y la obra del bueno de Charles. Y nos parece que no le gusta, bueno aprecia algo su obra, pero desde luego no le gusta Dickens en su relación con las mujeres. Los últimos años del escritor transcurrieron sentimentalmente entre su relación con una jovencita a cuya familia mantenÃa y el abandono de su mujer de la que se fue distanciando poco a poco. Esa especie de indecisión es la que parece reprochar Tomalin a Dickens quizá porque presenta demasiadas sombras, como la discutida existencia de un hijo extramatrimonial, y a un historiador le gustan más las luces que iluminan los hechos. Por otra parte, y como todos los biógrafos del escritor, da gran importancia a su estancia de año y pico en una fábrica de betún a la tierna edad de once años. Tengan en cuenta que esto ocurrÃa a principios del siglo XIX, cuando la revolución industrial llenó las fábricas de niños de corta edad, algunos más jóvenes que Dickens y que el mozo tuvo cierto enchufe porque su tarea era la de colocar etiquetas en los tarros y además con vistas a la calle, lo que, al parecer, era lo que más le molestaba, es decir que le vieran ejerciendo trabajos manuales. Vamos, que Dickens era un pijo venido a menos por las deudas de su padre. Y miren como rentabilizó su estancia, lo bien que le vino a Oliver Twist y a otros personajes el conocimiento de primera mano de las condiciones laborales de la época. Tomalin parece tener una actitud ambivalente ante la obra de Dickens. A veces elogia algunas obras, las menos conocidas, en ocasiones ataca a las más famosas y siempre hace más hincapié en los relativos fracasos que en los estruendosos éxitos. La verdad es que sus interpretaciones añaden algo de interés a una serie de acontecimientos que resultan bien conocidos por los seguidores del escritor, aunque uno se pregunta qué es lo que buscaba la autora cuando decidió escribir esta obra. Quizá su visión de las cosas ha cambiado a lo largo de la investigación y ha hecho que cambie su opinión sobre Dickens. Está bien la obra, que nunca alcanza el encanto de las obras originales de Dickens, pero de las que es un buen complemento.
Félix Linares
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