Lo sabÃa. Su olfato no fallaba. Su segundo de a bordo le tenÃa una envidia mal disimulada. Lo mismo ocurrÃa con su jefe de sección por no hablar de su portavoz y de sus responsables de prensa. Todos los subalternos le envidiaban, él lo sabÃa muy bien. Lo leÃa en sonrisas, miradas, comentarios aduladores, llamadas telefónicas, risas casi verosÃmiles. Todo estaba perfectamente detectado y clasificado. ¡Qué le iban a contar! La envidia, habÃa sido el imparable motor de su brillante carrera.
Roberto Moso
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