El tocho. Anthony Trollope, la satira y el realismo victorianos

Desde hacía algunos años el reverendo Septimus Harding era un clérigo beneficiado que residía en la ciudad catedralicia de XXX: permítasenos llamarla Barchester. Si utilizásemos el nombre de Wells o Salisbury, Exeter, Hereford o Gloucester, quizá se presumiera por nuestra parte una intención de personalizar; y como esta historia se ocupa sobre todo de los dignatarios catedralicios de la ciudad en cuestión, no deseamos en absoluto que se sospeche de nadie. Imaginemos por tanto que Barchester es una tranquila ciudad del oeste de Inglaterra más notable por la belleza de su catedral y la antigüedad de sus monumentos que por su prosperidad comercial; que el recinto catedralicio se halla en la zona occidental de la urbe y que su aristocracia son el obispo, el deán y los canónigos, con sus respectivas esposas e hijas

LIBRO.El custodioAsí comienza El custodio de Anthony Trollope. Esta novela, la primera de su autor, sorprende desde el inicio por su mirada distanciada e irónica sobre la realidad. Aunque se publicó en 1855, se aleja por completo de cualquier tópico de la era victoriana. En esta narración no hay figuras idealizadas, no hay ternurismo o sentimentalismo, como en otros autores de la época. Sus personajes están descritos de manera muy realista, y el autor se complace en mostrar sus contradicciones: la distancia a menudo insalvable que media entre sus intenciones y sus actos, como en el caso de Eleanor, la hija soltera del custodio.

La obra, escrita con una prosa sencilla y eficaz, va al grano desde las primeras páginas y plantea el dilema moral de un clérigo maduro, Septimus Harding, el custodio del título, que se ve obligado a elegir entre unas saneadas rentas que no se ha esforzado por conseguir, las 800 libras percibidas como custodio o director del asilo de Barchester, y su honor personal, cuando se pone en duda su derecho a percibirlas. Una disyuntiva que trastoca por completo su, hasta entonces, cómoda vida y le obliga a ensayar diversos medios para calmar su conciencia y salvar el honor. Como ninguno de ellos resulta, acabará haciendo la elección más difícil.

El custodio es, además de una requisitoria moral, un relato muy crítico, en el que el autor suelta andanadas a diestro y siniestro, no solo a la propia iglesia anglicana a la que pertenece el protagonista, sino también al gremio de abogados, únicamente interesados en ganar sus pleitos y no en establecer lo que es justo. Y al omnímodo poder de ciertos periódicos representados por el Júpiter, una clara alusión al Times. Trollope, que en esta faceta satírica de la obra se remonta a precedentes tan ilustres como Jonathan Swift, se permite incluso criticar a grandes de las letras inglesas, como el ensayista Thomas Carlyle, al que alude con el nombre de Doctor Anti Hipocresía, y Charles Dickens, a quien bautiza como el señor Sentimiento Popular. De este último dice algo que podríamos compartir plenamente y es que sus héroes principales caminan sobre zancos, y son más bien sus secundarios los que están llenos de humanidad.

El londinense Anthony Trollope fue un alto funcionario de correos, y a su ingenio y capacidad de trabajo se deben no solo la friolera de ochenta novelas, fecundidad que le hizo sospechoso ante la crítica, sino también la invención e instalación del primer buzón de correos. Solo por una creación tan útil merecería la pena recordar a este estupendo escritor de la era victoriana. Si se animan, El custodio es, sin duda, la mejor introducción a su obra.

Javier Aspiazu

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