Los raros. Bruno Schultz, la fantasía desatada

En el mes de Julio mi padre se iba a tomar las aguas y nos dejaba, a mi madre, a mi hermano mayor y a mí, entregados a las jornadas del verano, resplandecientes y embriagadoras. Hojeábamos aturdidos por la luz, el gran libro de las vacaciones, cada una de cuyas páginas centelleaba de sol y conservaba en su fondo, azucarada hasta la saciedad, la pulpa de las peras doradas.

Durante las mañanas luminosas Adela, cual Pomona, regresaba abrasada por la luz del día y vertía de su cesto todas las bellezas coloreadas por el sol: las cerezas brillantes, colmadas de agua bajo su piel fina y transparente; las misteriosas guindas negras, cuyo sabor no entregaba todas las promesas de su aroma; los melocotones en cuya dorada carne dormitaba el calor de largos mediodías…

LIBRO.Las tiendas de color canelaAsí comienza Las tiendas de color canela de Bruno Schulz. Es el primero de los dos libros de relatos que, junto a algunos ensayos y cartas aparecidos póstumamente, constituyen toda la obra de este infortunado artista polaco. Dotado también para las artes plásticas, Schulz nunca ejerció como escritor profesional y se ganó la vida como profesor de dibujo.

Publicados en 1934, los 16 cuentos que integran Las tiendas de color canela pueden leerse de forma independiente, aunque hay dos temas que dan cierta coherencia a todo el conjunto, aconsejando su lectura lineal. El primero es la locura del padre, figura central en la familia del narrador y verdadero nexo de unión del libro. Este excéntrico comerciante de telas, de saberes múltiples, da lugar a un continuo flujo de ideas e imágenes jocosas y fantásticas. Lo mismo crea un Museo de Pájaros Exóticos en el ático de su propia casa, que desarrolla una peculiar teoría sobre los maniquíes o se convierte en emérito capitán del cuerpo de bomberos. El otro gran tema es el paso del tiempo climatológico, el sucederse de las estaciones, de las que hay descripciones asombrosas por su fuerza y colorido. En este sentido hay pocos escritores que manejen el lenguaje con tanta plasticidad y demuestren un talento metafórico tan acusado: en los cielos y paisajes de Schulz se aúnan sensibilidad pictórica y creatividad verbal alcanzando resultados sublimes.

Varios relatos de Las tiendas de color canela exhiben, además, un tono onírico, simbólico o decididamente surrealista. Así es “la calle de los cocodrilos”, sede de los grandes comercios y la prostitución, donde todo ha perdido su color; o “el segundo otoño”, en el que se nos cuenta como la fermentación del arte arrumbado en los museos municipales provoca la aparición de un segundo otoño, o sobre todo, “el sanatorio del enterrador”, rebautizado en la siguiente obra de Schulz como el “sanatorio bajo la clepsidra”. Este es, sin duda, el cuento más memorable del libro. El padre es internado en un sanatorio donde consiguen hacer retroceder el tiempo y los pacientes viven en una realidad paralela entre la vigilia y el sueño. Son muchas las sorpresas y reflexiones suscitadas por esta pieza maestra, que serviría por sí sola para inmortalizar la figura de su autor.

Bruno Schulz procedía de una familia judía de cultura germana. Pero su conocimiento del alemán y dominio del dibujo solo le sirvieron para sobrevivir unos años a la ocupación nazi de Polonia. En 1943 fue asesinado de un tiro en la nuca por un oficial de la Gestapo. En plena calle de Drohovic, la localidad de la que casi nunca se ausentó. Sin embargo, su prodigiosa imaginación jamás se quedó quieta, y buena prueba de ello son las maravillas contenidas en Las tiendas de color canela.

Javier Aspiazu

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