Julie Otsuka, narradora del apartheid japonés en Estados Unidos

La estadounidense de origen japonés Julie Otsuka (Palo Alto, California, 1962) se ha convertido con solo dos novelas en una de las grandes estrellas de la literatura estadounidense. Y lo ha hecho narrando la peripecia de sus antecesores que a principios del siglo XX abandonaron Japón para instalarse en la costa oeste de Estados Unidos. El año pasado la editorial Duomo publicaba Buda en el ático, su segunda novela, una extraordinaria historia coral que narraba la vida de las mujeres japonesas que fueron a reunirse a través de matrimonios concertados con hombres nipones, a los que no conocían, en un país lejano y culturalmente muy diferente al suyo. Utilizando un NOS aglutinador, Otsuka nos contaba cómo fue aquella odisea desde el duro viaje en barco a un mundo desconocido, cómo fue el primer contacto con aquellos maridos soñados, que no reales, cómo comenzaron a trabajar en condiciones durísimas en campos, casas de ricos y comercios, cómo llegaron los hijos, cómo fueron prosperando a pesar del rechazo racial y cómo, cuando el mundo prometía un futuro esperanzador, Japón bombardeó Pearl Harbour y los estadounidenses entraron en la II Guerra Mundial y de golpe y porrazo los japoneses americanos se convirtieron en potenciales espías, en sospechosos, en enemigos de la nueva patria. Y entonces fueron obligados a abandonar la costa oeste, y a dejar todas sus posesiones, y fueron obligados a subir a camiones y a trenes que los trasladaron a campos de internamiento en el Medio Oeste: una ignominia más, poco conocida, en la historia contemporánea de los Estados Unidos.LIBRO.Cuando el emperador era Dios

Todo esto se contaba en Buda en el ático. Ahora llega la primera novela de Otsuka, la que le dio a conocer, Cuando el emperador era Dios, que curiosamente arranca en el momento en el que una familia japonesa es obligada a dejar su hogar en California después del bombardeo de Pearl Harbour para ser trasladada a uno de esos campos de internamiento. El padre ya no está porque ha sido encarcelado como presunto espía. Solo quedan la madre, de unos cuarenta años, y los hijos, una niña de once años y un niño de ocho. La novela está narrada en cinco emotivas y duras escenas. En la primera, desde el punto de vista de la madre, asistimos a las últimas horas de la familia en su hogar californiano. La madre empaqueta, los niños duermen, hay que liberar al pájaro, hay que matar al viejo perro familiar, hay que llorar en silencio. La segunda estampa, el viaje en tren hacia el encierro, la vemos a través de los ojos de la hija: ancianos tristes, niños inquietos, un ladrillo contra una de las ventanas de un vagón, caballos salvajes en la llanura… En el tercer capítulo el protagonismo lo asume el más pequeño de la familia cuando están ya en Utah en algo parecido a un campo de concentración. Hay polvo y desolación y calor extremo y frío extremo. Hay tedio y locura. Y mucho tiempo para recordar cómo se llevaron al padre en pijama en plena noche y para soñar en el reencuentro y en el retorno al hogar. Un retorno al que asistimos en el cuarto capítulo, el más coral. La madre y sus dos hijos regresan a su barrio, a su casa esquilmada, destrozada por el pillaje y el paso del tiempo, al reencuentro con sus viejos amigos blancos, que le miran de soslayo con desconfianza, pero también con vergüenza por lo que hicieron. Y hay que buscar trabajo y hay que volver al colegio y hay que hacerlo con la cabeza gacha porque todavía son el enemigo, los responsables de muchos seres caídos. La novela se cierra con un epílogo en el que se narra la vuelta del padre, tiempo después, un hombre que se ha convertido en la sombra de lo que fue, que confesó todo que le pidieron que confesara: era un espía, un traidor, un saboteador, un terrorista… era el enemigo y sin embargo no era nada de todo eso, era “uno de los nuestros”.

Maravillosa novela, escrita con precisión, con lirismo, con ternura, con dulzura y dolor. Una bellísima historia trufada de heroísmo y superación. Después de leer este libro y Buda en el ático los lectores tendremos dos cosas claras. La primera, que conocemos algo más de otro episodio de la Historia Ignominiosa de la Humanidad. Y la segunda, que Julie Otsuka ha llegado para quedarse con honores en el pabellón de los escritores talentosos.

Enrique Martín

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