Lecturas de fin de semana. Mauvignier y la ignomia de nuestros tiempos

No hay libro pequeño”. Se suele decir que de todos los libros, hasta de los peores y los más deplorables –tanto estética, como éticamente- se pueden extraer lecciones positivas. Para que esa lección sea buena “no importa el tamaño” del libro. Porque a veces de los libros mínimos, los de tacita de café, podemos extraer más lecciones que de aquellos que se nos ofrecen en taza grande, en tazón. Esto es lo que sucede con Lo que yo llamo olvido.

Laurent Mauvignier es un escritor muy apreciado en Francia. Lleva publicando desde hace una década. Siete novelas han aparecido con su nombre y algunas de ellas han recibido premiso prestigiosos. Ninguna de ellas se ha publicado entre nosotros, ni en castellano, ni euskera. Pero lo que ha sucedido con Lo que yo llamo a olvido ha sido sorprendente. El libro trascendió lo literario cuando fue publicado en 2011 y se convirtió en un fenómeno social. Quizás que coincidiera con el nacimiento del movimiento de los inLIBRO.Lo que yo llamo olvidodignados en plena crisis económica y de valores contribuyó éxito.

El libro parte de una noticia que prácticamente pasó desapercibida en la prensa. El escritor se encontró en los periódicos con una breve noticia que hablaba de la muerte de un ladrón en un supermercado a consecuencia de los golpes que le propinaron unos guardias de seguridad que le sorprendieron en pleno delito. El escritor investigó y se encontró con una historia increíble. El “delincuente” muerto era un pobre hombre que nunca había causado especiales problemas y que había tenido muy mala suerte en su vida. Un hombre que fue sorprendido bebiéndose una lata de cerveza que había sustraído de una balda del supermercado: ¡una lata de cerveza! Los “seguratas” le detuvieron, lo arrastraron a un almacén y allí lo mataron de una paliza.

Lo curioso del caso es que el fallecido no se defendió en ningún momento, no insultó a los guardias de seguridad, no intentó huir. Su comportamiento fue pasivo. Solo se sorprendió con el primer golpe y después se encogió en el suelo esperando que pasara la lluvia de puñetazos, rodillazos y patadas, esperando que aquellos hombres pararan, se conformaran con la paliza y una advertencia del tipo “no te queremos ver por aquí” y le soltaran. Pero no pararon, porque su actitud les enardeció –“encima ni rechista, el tío”- hasta que los golpes le llevaron a la muerte.

Laurent Mauvignier lo cuenta en una larga frase, sin puntos, sin comienzo, ni final. Una larga frase que se lee de corrido, con facilidad pero con el corazón en un puño. Porque entre golpe y golpe nos vamos enterando de la vida triste del fallecido, de la relación con su familia, del amor que le profesa su hermano pequeño, bien instalado, con un buen trabajo, mujer e hijos, de cómo los guardias jurados se van dando cuenta de la barbarie cometida, de cómo este mundo permite que alguien pueda acabar impunemente con la vida de personas de “vidas rotas”, de cómo se puede tejer una red de mentiras para ocultar un crimen –nos agredió, nos atacó, nos insultó, simplemente se cayó-, de cómo una muerte anónima puede no importar a nadie, de lo que pierde esta sociedad cuando no se preocupa de los que tiene a su alrededor, de los que no han tenido la suerte que otros hemos podido tener.

Una novela moral que encierra la interpretación de nuestro mundo en menos de sesenta páginas. Se puede leer en menos de sesenta minutos y aunque acongoje su lectura, al terminar sabremos que comprendemos mejor nuestro mundo y quizás, quizás, empecemos a mirar de otra manera a esos vagabundos que deambulan por nuestras ciudades, que limpian los cristales de nuestros coches en los semáforos ó que nos ofrecen pañuelos de papel a cambio de la voluntad.

Enrique Martín

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