Lo peor no era su absoluta desolación, ni que la lluvia callera sobre su triste figura con saña acumulada, ni que le doliera el pecho de pura tristeza. Lo peor no eran tampoco las caras que se iba a encontrar en casa. Lo peor, maldita sea, es que fuera por un trozo de cuero inflado penetrando estúpidamente entre tres maderos.
Roberto Moso