Velibor Colic, en Bosnia mientras estábamos de vacaciones

Velibor Colic nació en 1964 en una pequeña ciudad de Bosnia. Cuando estalló la guerra en la antigua Yugoslavia, fue obligado a alistarse en el ejército bosnio. Pero lo que vio le lleno de espanto, tanto que decidió desertar en 1992. Fue hecho prisionero y encarcelado, aunque consiguió fugarse y llegar a Francia, donde vive actualmente. Atrás dejó un país arrasado, familiares y amigos asesinados, una casa reducida a cenizas y todos sus manuscritos destruidos.

Años después, en el 2000, decidió recuperar la memoria de los desaparecidos y de algunos de sus verdugos. No hizo distingos y encontró victimas y asesinos entre bosnios, serbios y croatas, aunque el libro lo protagonicen principalmeLIBRO.Los bosniosnte los muertos. Adem, el jorobado al que empalaron y rompieron la columna para enderezarle. Ibro, el gitano que confío en los serbios y al que cortaron la cabeza para plantarla en una estaca como en “tiempos de los turcos”. Alma, la niña de siete años que fue la primera víctima de un francotirador. Ziga, el acordeonista que perdió la cabeza por un obús. Beko, el fortachón al que mataron a golpes por negarse a golpear a sus conciudadanos cautivos. Izudin el electricista, que murió en el salón de su casa por negarse a bajar a la bodega para refugiarse de un bombardeo. Los cinco hermanos Zelinac, que perecieron en la misma semana mientras defendían su hogar. El joven Dule, que murió nada más alistarse al explotarle un proyectil de bazooka que cayó demasiado cerca. Anto, el vicepresidente de la comunidad demócrata croata de Modrica, al que sus guardianes cortaban cada día un dedo de la mano hasta que le cortaron la cabeza.

El libro también habla de las ciudades mártires y de cómo fueron arrasadas varias veces, cuando la línea del frente cambiaba y un nuevo ejército las ocupaba. Ciudades como Gradacac, Odzac, Mostar, Sarajevo, Girazde, Bosanski Brod, Visegrad, Vukovar, Modrica, la ciudad natal del autor. Y de las alambradas donde los prisioneros morían de hambre, ó de una paliza, ó de un tiro en la cabeza ó de abandono. Y de donde había que huir, huir, jugándose la vida que estaba perdida si uno permanecía.

Y a pesar de todo hay momentos para la poesía. “En el momento en que el ametrallador Kajina daba con el rostro en la tierra, el viento cesó y unas gotas de lluvia, gruesas como bolas de Navidad, se pusieron a caer, anunciadoras de la bendita tormenta que iba a refrescar la atmósfera”. Y para la dignidad, como la de aquel piloto de avión que decidió tirar sus bombas sobre un páramo en lugar de sobre la ciudad que le habían mandado bombardear. ¿Qué sería de él después? Y momentos para el humor con los personajes de Huso y Haso. “Pero Haso, todo Sarajevo a punto de palmarla y tu no encuentras nada mejor que hacer que columbiarte. Pero Huso si no me estoy columpiándo, ¿no ves que estoy fastidiando a un francotirador serbio?

Un libro sobre la estupidez de la guerra y el salvajismo de muchos. Un libro que resume en una frase el autor en el epílogo, que él denomina “¿Post scriptum ó post mortem?”: “No hay nada glorioso en la muerte de un joven en el frente, sea de un bando ó de otro”. Un libro impresionante, terrible, hermoso y extraordinario.

Enrique Martín

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