Netsuke, el marqués de Sade hoy

Esta novela narra una historia morbosa, la de un psicoanalista que rompe todos los principios éticos de su profesión para acostarse con sus pacientes. El protagonista, del que nunca sabremos su nombre, es un doctor prestigioso y acaudalado que camina por el filo de una navaja que cae por un desfiladero. El proceso autodestructivo es evidente, pero el psicoanalista no es capaz de enderezar el rumbo. Todo es bastante incomprensible y se vuelve absurdo e inquietante cuando conocemos a su mujer, Akiko, una artista japonesa de exquisita sensibilidad que adora a su marido.LIBRO.Netsuke

Lo curioso del asunto es que la pulsión lujuriosa del psicoanalista no es baladí, no responde tan solo a una inquietud erótica. El psicoanalista quiere hacer un estudio sobre el erotismo que considera revolucionará su disciplina. Quiere ser el Marqués de Sade de la psicología. Sabe que muchos le odiarán, pero que otros le venerarán. Se considera un genio cuyo talento será algún día reconocido. Por eso va investigando la querencia erótica de sus diferentes pacientes. Cuando encuentra uno con posibilidades lo saca del despacho del Aburrimiento, el de los casos normales, y le lleva  al despacho del Hechizo, el de los descubrimientos asombrosos. El problema es que el doctor acabará atrapado en su propia tela de araña, en los brazos despiadados de un travesti atormentado. Lo que acabará provocando las sospechas de su esposa y la destrucción de un matrimonio aparentemente sólido.

A pesar de lo morboso de la historia, la narradora, poeta y artista estadounidense Rikki Ducornet nos brinda una novela de gran elegancia, de profundo lirismo, donde brillan los perfiles de los personajes (el psicoanalista, su mujer, algunos pacientes) que son en el fondo como “netsukes”, esos objetos japoneses bellos y decorativos, pequeñas estatuas, obras maestras, como los que elabora Akiko, que se acaban transformando en metáfora de las vidas de los protagonistas: hermosos por fuera, vacíos por dentro.

Cuidado con este libro, la fascinación produce monstruos.

Enrique Martín

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