Desde muy pequeña la acostumbraron a los vÃtores. Masas entusiastas que aplaudÃan y se apretujaban tras cordones policiales. Rostros amoratados que exclamaban piropos para toda la familia. Esas mismas caras congestionadas le insultan y le amenazan y los cordones policiales ya no son para reprimir abrazos. Nadie nunca se lo explicó bien y ahora sigue sin comprender. ¡Pero si siempre ha hecho lo que veÃa!
Roberto Moso