El Pulp. El otro Mallorquí

Si quieren disfrutar de esta novela piensen en el niño que un día quedó fascinado por las obras de Julio Verne, o por las películas que se basaban en ellas. Vale, quizá hay que ser algo mayor para ello. Recuerden como cada página, o cada secuencia, proporcionaba nuevas maravillas que nos sorprendían y nos asustaban o nos hacían decir “no puede ser”. Se de quien no comió pulpo después de ver al calamar gigante de 20.000 leguas de viaje submarino abrazar con sus tentáculos al capitán Nemo. Por cierto el Nautilus y su capitán aparecen referenciados en un par de ocasiones en el libro de Mallorquí. César, seguramente lo saben, es hijo de José Mallorquí, posiblemente el mayor escritor pulp de la literatura española, autor de El Coyote, Dos hombres buenos, Jibaro Vargas y miles de páginas pertenecienLIBRO.La isla de Bowentes a novelas y seriales radiofónicos. Heredero de la soltura de escritura de su progenitor, Cesar Mallorquí comenzó escribiendo ciencia-ficción, pero pronto descubrió que era un territorio poco productivo económicamente y se refugió en la novela juvenil (justamente esta  ha recibido varios premios de la especialidad, incluso el Nacional de Literatura) donde ha desarrollado una obra muy solida, y muy agradable de leer.

Hay en La isla de Bowen misterios sin cuento, escenarios exóticos, personajes extravagantes, navegaciones difíciles, selvas en el Ártico, monasterios con misterios, enemigos mortales, autómatas asesinos, un volcán, siempre debe haber un volcán en cualquier homenaje a Verne, y nombres que recuerdan a los aventureros decimonónicos. Hay también menciones a personajes reales, Conan Doyle da una charla, y a hechos históricos, la gran guerra que ahora recordamos por su centenario, y un dinamismo asombroso, y trepidantes aventuras que no dejan descanso al lector. Lo bueno es que estamos confortablemente situados en territorios muy conocidos, donde hemos sido felices y donde ansiábamos volver. Lo mejor es que no es necesario ese sentimiento de pertenencia para disfrutar de estas páginas.

La novela tiene defectos, claro, por ejemplo las reuniones de los personajes, que se justifican cuando se cuentan nuevas maravillas, breves historias que complementan la principal, pierden su justificación cuando se trata de contar las peripecias de cada uno, ya que se conocen suficientemente y el lector también, y queda como un recurso impostado. O, por otra parte, dotar al profesor Zarco de tantas virtudes científicas y físicas, desdibuja al personaje del aventurero que siempre acompaña al sabio loco para solucionar los asuntos físicos, y aunque aquí también aparece se queda sin función concreta. Pero, nada, son pequeños detalles que no ensombrecen la alegría por encontrarnos con estos viejos amigos que tantas satisfacciones nos proporcionaron y que ahora vuelven para nuestro reencuentro con la literatura de nuestros años de adolescencia. Solo queda esperar que Zarco, Cairo, Durango, la señora Faraday y el capitán Verne se hagan de nuevo a la mar en una posible futura novela que continúe sus andanzas. Estaremos vigilantes.

Félix Linares

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