Fue como una epifanÃa. De pronto comprendió que en su empresa no le concedÃan mayor valor que una tuerca oxidada. Que sus representantes polÃticos estaban aprobando leyes que le robaban derechos, que solo las respuestas contundentes pueden cambiar las cosas. Aquella carta de despido habÃa obrado el milagro.
Roberto Moso