Dentro de dos meses, el próximo 28 de Julio, se cumplirán cien años del inicio de la Primera Guerra Mundial. Y un siglo después, aquel conflicto terrible, que acabó para siempre con conceptos como el honor militar y la gloria en el campo de batalla, que costó la vida a millones de personas y asentó los cimientos para la Segunda Gran Guerra, sigue inspirando historias que evocan el espanto, la tragedia y el absurdo de esos años apocalÃpticos. Europa fue el principal escenario de una carnicerÃa que tuvo un referente ineludible: la guerra de trincheras. Auténticas ratoneras llenas de barro donde los soldados pasaban hambre, frÃo y miedo, a la espera de la señal para saltar a campo abierto y caer bajo los disparos, las bombas, las bayonetas o el gas venenoso del enemigo.
Ocurrió en lugares tan emblemáticos como Verdún o el Somme, pero también en zonas más alejadas y mucho menos conocidas, como las montañas que separan Austria e Italia. En esa geografÃa accidentada, los Dolomitas y el Tirol, a más de dos mil metros de altura, chocaron los ejércitos de Italia y el Imperio Austrohúngaro, y a las habituales amenazas de la guerra se unió otra más, inesperada y dantesca: los aludes provocados por la artillerÃa que, se calcula, sepultaron y mataron a entre 60.000 y 100.000 soldados de ambos bandos. Esas avalanchas eran conocidas como “La muerte blanca“, y este es el tÃtulo del cómic que hoy nos ocupa, con guión de Robbie Morrison y dibujos de Charlie Adlard, el afamado ilustrador de la serie Los Muertos Vivientes.
Utilizando una eficaz técnica a base de tiza y carboncillo sobre cartulina gris, Adlard nos traslada a las trincheras de montaña en pleno invierno del año 1916. La nieve lo cubre todo y los cadáveres congelados se utilizan para reforzar las defensas. A ese frente de guerra llega Pietro Acquasanta, joven soldado italiano que tendrá que enfrentarse a todo tipo de peligros, incluido el sargento Orsini, un tipo despiadado y brutal que, tras la muerte de sus superiores, está al mando del regimiento.
FrÃo, desesperanza, desahogos frenéticos con prostitutas, la tensión de la batalla, el miedo a las balas enemigas y a los aludes que caen de las cumbres nevadas y, finalmente, la muerte, que espera inevitable en medio de la ventisca. Aún hoy, cien años después, siguen apareciendo cadáveres congelados de combatientes que dejaron su vida en esas montañas. Estremecedor e imprescindible este cómic, La muerte blanca, publicado por la editorial Planeta DeAgostini.
Iñaki Calvo