Pandora, redescubriendo el viejo talento de Henry James

El epitafio escrito en la lápida de Henry James, en el cementerio de Cambridge, dice lo siguiente: “Novelista, ciudadano de dos países, intérprete de su generación en ambos lados del océano”. Conviene recordar que este célebre autor nació en Nueva York en 1843, pero se nacionalizó británico en protesta por la no intervención de su país en la primera guerra mundial junto a los aliados. Subrayo este apunte biográfico porque pasa del avatar personal a tener gran importancia en Pandora, la novela breve que la editorial Impedimenta ha recuperado recientemente. De hecho, estamos ante una nouvelle que pone de manifiesto el contraste entre, como señala la traductora de este libro, Lale González-Cotta, “la ingenuidad americana y el sofisticado resabio del Viejo Continente”.

Pero vayamos al argumento: el conde Otto Volgelstein es un diplomático alemán recientemente designado para un puesto en la embajada de Washington. ELIBRO.Pandoran el barco que le lleva a su destino americano conoce a Pandora Day, una joven resuelta, risueña, educada y hermosa por la que se siente inmediatamente atraído. Sin embargo, el hecho de que la joven no perteneciera a la buena sociedad, el carácter pusilánime de sus padres, la poca ortodoxia de sus hermanos, y los consejos de otra dama que conoce a bordo, hacen que le tenga tanta prevención a Pandora que, a pesar de que mantienen algún encuentro superficial, no intimen en absoluto. El conde, además de las distancias sociales que establece, parece demasiado racional para romance y no deseaba en absoluto casarse con una chica del país de las oportunidades. “Le parecía, a su vez, -leemos- estar en riesgo permanente de contraer matrimonio con aquella joven americana. Era una amenaza ante la cual uno jamás podía bajar la guardia, como sucedía con el ferrocarril, con el telégrafo, con el descubrimiento de la dinamita, con el rifle Chassepot, con el espíritu socialista…

Pero a pesar de todas sus prevenciones, prejuicios y recelos, el conde no olvida del todo a Pandora y cuando se reencuentra con ella al cabo de un par de años, en una fiesta de la alta sociedad, poco menos que cae rendido a sus pies. Hay que destacar que la joven se ha convertido en alguien muy popular y admirado y que encarna un prototipo de mujer por el que Estados Unidos, optimista tras la Guerra de Secesión, parece sentirse fascinado: el de la joven hecha a sí misma.

En cualquier caso, más allá de la posible disección de la naturaleza del amor, lo destacable es el retrato social, la confrontación cultural entre uno y otro lado del océano y la excelsa forma de narrar de este escritor eterno. Pandora está escrita desde una tercera persona omnisciente que, sin embargo, parece distanciarse de las emociones. El texto acusa la densidad habitual del autor neoyorquino pero deslumbra por la profundidad psicológica que imprime a sus personajes. Las descripciones son soberbias y algunos diálogos o reflexiones resultan cómicos si no abiertamente hilarantes. En definitiva, o sustancialmente hemos cambiado muy poquito o sobre este tipo de obra no pasa el tiempo, o ambos preceptos juntos, porque la lectura es, sin duda, gozosa.

Txani Rodríguez

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