El Agujero Negro. Paraíso artificial

Amaba la velocidad, la sensación de que el mundo iba quedando atrás a toda pastilla. Y aceleraba, aceleraba a grandes impulsos hasta que era incapaz de distinguir lo que había ante sus ojos. Corría y corría hasta la extenuación sintiendo que la libertad invadía todos sus sentidos hasta emborracharse de ella.

Cuando ya no podía más, bajaba de la rueda y se dedicaba de nuevo a comer lechuga, beber agua y desplazarse con sus patitas entre deposiciones,  por esa jaula de mierda.

Roberto Moso

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