La calle se habÃa llenado de desconocidos. No conocÃa ya a nadie en el bar, ni en la panaderÃa. Todas esas caras pasaban a su lado con ojos de vaca, ajenos a su triste existencia. Cuando regresó a su casa vio por fin el rostro de su mujer. Pero estaba al teléfono y su conversación le resultaba totalmente ajena. Trató de saludar a su hijo, que escuchaba música encerrado en su cuarto. El joven bramó insultos destemplados. También él le era ya un extraño. En busca desesperada de algo familiar acudió al espejo del baño y ahà estaba lo que parecÃa ser su imagen pero no, ese tipo era mucho más viejo.
Roberto Moso