Los miasmas de Samanta Schweblin

Este libro no ha sido escrito para ser degustado por estómagos delicados. Este libro te deja en estado de shock. Es una fábula, una fábula malsana envuelta en un relato tenebroso, trufado de miedos infantiles y terrores maternos. Por momentos parece una historia de horror, por momentos el delirio de un enfermo o de un loco, por momentos una parábola de la realidad argentina, de la podredumbre argentina, que es argentina como podría ser de cualquier otro país. El lector no sabe a qué carta quedarse, solo sabe de los sentimientos que provoca: escalofrío, temor irracional, temblor ante lo inesperado, ante lo que vendrá.

Es difícil resumir el argumento de esta breve e inquietante novela, ciento veinticuatro páginas. La historia se articula en torno a un diálogo que mantienen, en lo que parece un hospital, una mujer muy, muy enferma, y un niño que susurra, que guía a la enferma en la búsqueda de la verdad. Pero, ¿la voz del niño conduce a la verdad ó conduce por caminos que llevan al engaño, al desastre? El niño hace recordar a la mujer lo que ha vivido en los últLIBRO Distancia de rescateimos días. Ella, Amanda, está pasando unos días de vacaciones en una casa del interior. Está en la casa con su hija pequeña, Nina. Su marido trabaja en la capital. Enfrente, en una casa parecida a la suya, vive otra mujer. Se llama Carla. Tiene un hijo pequeño que se llama David, que pronto averiguaremos que es la voz que susurra en la habitación del hospital. Carla está convencida de que en el cuerpo de su hijo no habita su espíritu, sino “otra cosa”, que está compuesta por el recuerdo del espíritu de su hijo y de otra presencia que ocupa ese cuerpo desde que desapareció el espíritu de David. ¿Cómo ha sucedido todo esto?, se pregunta el lector. Pues porque en el ambiente de esa ciudad hay algo malsano que parece emanar de unos barriles que transportan misteriosamente y dejan “por ahí” unos obreros sonrientes. De esos barriles supura un líquido extraño que moja como el agua y deja las manos negras. ¿Contaminación? ¿Una plaga? Cuando David resultó infectado, Carla lo llevó a “la mujer de la casa verde”, que salvó el cuerpo del niño, pero no su espíritu. Y mientras tanto mueren personas, desaparecen caballos y aparecen tumbas de animales mientras la enfermedad avanza.

La novela recuerda un poco a Los pájaros de Hitchcock, pero rodada por un director de cine independiente. El mal está ahí, lo cotidiano se vuelve tenebroso, y nadie sabe muy bien qué pasa, ni por qué. En la película son los pájaros; en la novela los niños. Lo más curioso de todo es que el lenguaje de Distancia de rescate te atrapa por su extraña poesía, por su lirismo, por la peculiar cadencia del ritmo narrativo. Hay un fluir natural, dentro de lo irracional del relato; un medido in crescendo sin explosión final; un extrañamiento incomprensible que al final obligará al lector a hacer su propia interpretación de lo leído. Impresionante la escritora argentina Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978), a la que no habíamos leído todavía. Pensamos abalanzarnos sobre sus dos libros anteriores El núcleo del disturbio y Pájaros en la boca.

Por cierto, el título de la novela, Distancia de rescate, hace referencia a la distancia de seguridad que los padres mantienen con sus hijos cuando les dejan dar su primeros pasos independientes cuando son niños pequeños. Una distancia que teóricamente hará posible que puedas llegar a tu hijo antes de que se produzca la catástrofe, lo irremediable. Pero lo que la ficción demuestra, y aquí coincide con la realidad, es que la “distancia de rescate” es un mito, porque nadie garantiza nada.

Enrique Martín

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