Daniel Titinger recupera a Julio Ramón Ribeyro, un gigante

Un hombre flaco, la biografía del maestro peruano Julio Ramón Ribeyro escrita por Daniel Titinger y publicada por la Universidad Diego Portales arranca con una primera frase digna de sus cuentos: “Julio Ramón Ribeyro no iba a sobrevivir a su segunda muerte.” Y así fue, el primer domingo de diciembre de 1994, con sesenta y cinco años, tras ganar el Premio Juan Rulfo, que es el reconocimiento más importante de América Latina, el escritor peruano cedía ante la muerte.

Ribeyro nació en Lima en 1929. Aprendió rápido a escribir y la lectura le subyugó tempranamente. En 1949 publicó en una revista su primer cuento y se sintió un joven escritor. Pero en su familia necesitaban dinero –su padre había fallecido en 1946- y la literatura no parecía el negocio más lucrativo. Adoraba a su madre, pero cuando terminó la universidad viajó a Madrid becado por el Instituto de Cultura Hispánica para estudiar Periodismo. “Solo ansío viajar -anotó en su diario-. Cambiar de panorama. Irme donde nadie me conozca. Aquí ya soy definitivamente como han querido que sea”. Tras Madrid, llegó París. Ocupó empleos variopintos. “Era, entoncesLIBRO Un hombre flaco, un escritor tan pobre que a veces debía interrumpir la escritura de su diario por falta de lapicero”, leemos. Fue en París donde empezó a escribir sobre Lima. Sobre los obreros, la clase media y la pobreza. “Si soy peruano -concluyó- debo escribir sobre el Perú que es lo que mejor conozco”. A finales de 1955 viajó a Munich y en su regreso a Francia trabajó de nuevo como obrero. No quería volver a Lima porque eso significaría buscar un trabajo, casarse, hacer una vida ordinaria y olvidarse para siempre de la literatura. Entre tanto, fue publicando sus relatos y comenzó a cosechar elogios. Pronto, recomendado por Vargas Llosa, ocupó un puesto de redactor en France-Press, y conocería a la mujer que iba a convertirse en su esposa, Alida Cordero. Se casó en 1966. Hacía vida familiar. En Lima dejaron de publicarse noticias suyas.

En 1973 llegó el año de las operaciones. Estuvo muy grave pero sobrevivió y retomó la escritura. A principios de los 90 su nombre sonaba como candidato al Premio Cervantes. Y en 1992 decidió regresar a Lima. Su mujer, en cambio se quedó en París, aunque no se divorciarían nunca. En aquellos años, cuentan sus allegados, bebía, fumaba, ya no escribía y frecuentaba a los amigos. Le gustaban las mujeres y se comportaba como un joven, “algo -comentan- insólito para alguien de su edad.

En todo caso, el hombre que, delgadísimo, falleció un domingo de diciembre fue, como lo fueron sus personajes, “tímido, modesto y silencioso”. En 1971 le dijo al poeta César Calvo algo que en mi opinión es muy cierto: que en todo el mundo conviven varias personalidades. De sí mismo, afirmó: “Por un lado, existe el escritor; por otro lado, el bohemio; por otro lado, el hombre de su casa, el padre de familia que no es escritor ni bohemio. Y el niño de siete años que corría frente al mar y se iba a escuchar audiciones en Radio Miraflores. Y también una especie de aventurero frustrado, de viajero que ya no viaja, de seductor que ya no seduce”.

En todo caso, de sus facetas destaca, en esta biografía bien armada, apoyada en numerosas entrevistas y clara de Daniel Titinger, la faceta de Ribeyro que más nos interesa: la de escritor, excelente cuentista y artífice de uno de los diarios más brillantes que conozco.

Txani Rodríguez

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