Los Raros. Marat-Sade, de Peter Weiss

tapa_peter Weiss_OKLa campana de la casa de salud suena fuera de escena.

Se levanta el telón.

La escena representa el cuarto de baños de la casa de salud, con un mobiliario apropiado. Hay bancos dispuestos para los actores y para los pacientes y las hermanas.

En primer término, a la derecha, está la bañera de Marat con una tabla encima para escribir. A la izquierda, la silla de Sade, sobre un podium.

También a la izquierda estará instalada la tribuna para Coulmier y su familia.

Los músicos tienen un sitio destacado en el escenario.

Estas son las primeras indicaciones escénicas de la Persecución y asesinato de Jean-Paul Marat representada por el grupo teatral de la casa de salud mental de Charenton bajo la dirección del Señor de Sade, título abreviado por el de Marat-Sade. El estreno en Berlín en 1964 supuso un éxito clamoroso para su autor, el judeo-alemán nacionalizado sueco Peter Weiss, que tuvo una idea brillante al enfrentar en este experimento teatral a dos figuras tan dispares como el caudillo del pueblo Marat, asesinado en 1793, y el individualista extremo que fue Sade, internado en Charenton por sus escritos inmorales desde 1801. La acción de Marat-Sade, su imaginaria confrontación ideológica a lo largo de la obra, se sitúa en 1808, quince años después de la muerte de Marat. Este es, junto con Robespierre, el más destacado líder jacobino, representante del sector más humilde del pueblo, y se muestra partidario a ultranza de la acción revolucionaria aunque ésta suponga también la eliminación de los tibios y los meros simpatizantes. Sade, por el contrario, es el aristócrata pasivo que se ríe de revoluciones, patrias o fronteras. Él está únicamente interesado en la liberación de nuestros cuerpos y en la satisfacción, aunque solo sea en el pensamiento, de todos nuestros deseos. Sin embargo, nunca ha tolerado la pena de muerte.

La puesta en escena, que debe mucho a la influencia de Brecht, y bastante menos a la de Artaud y su teatro de la crueldad, como se pretendió, resulta sumamente original. Sade, además de dirigir la obra desde un estrado, interviene en la misma dialogando con su personaje principal, Marat, presente siempre en escena metido en la bañera donde alivia la enfermedad de su piel y será apuñalado, al fin, por Charlotte Corday. Sade es, a su vez, vigilado por Coulmier, el director del manicomio, para que nunca se traspase el decoro. En la obra, una especie de tragedia moderna escrita casi toda ella en verso, hay un pregonero que hace las veces de corifeo y también un grupo de cuatro cantores que introducen en sus intervenciones elementos de parodia y pantomima. Pero sobre todo, sorprende el constante juego metateatral, pues todo lo que vemos aparenta ser una caótica representación interrumpida a menudo por figuras exteriores a ella, como el director Coulmier, las monjas que cuidan de los enfermos, etc. Un supuesto caos que teniendo en cuenta las perturbadas facultades mentales de los actores acaba en un tremendo y divertido escándalo, jaleando a la vez a Napoleón, la revolución y la copulación.

En la actualidad, a resultas de la crisis, es muy difícil ver una puesta en escena tan compleja. Por eso les sugiero que se la imaginen, leyendo este texto teatral de Peter Weiss, insólito y provocativo, titulado, en su forma abreviada, Marat-Sade.

Javier Aspiazu

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