Ve y pon un centinela, de cómo traicionar a Harper Lee

Sinceramente, hacía mucho tiempo que la lectura de una novela no me había indignado tanto. No es que la novela en sí sea mala, deficiente. No es que el planteamiento ético de la misma sea abominable. No es que estemos ante un pastiche ó el producto de una franquicia. No, no es nada de esto. Me ha producido indignación la publicación de Ve y pon un centinela de Harper Lee, porque la aparición de este libro es una traición a la propia autora, a su obra y su pensamiento, y porque es uno de los montajes comerciales más abyectos que uno pudiera imaginar.

Como todo el mundo sabe, Harper Lee es la autora de una de las novelas míticas de la literatura estadounidense posterior a la II Guerra Mundial, Matar a un ruiseñor. Una novela a la que mucha gente llegó gracias a la película que Robert Mulligan realizó dos años después de la publicación del libro en 1960. Una película en la que Gregory Peck, en estado de gracia, interpretaba al abogado sureño Atticus Finch. Hay que recordar que aquellos años Estados Unidos vivía la batalla por los derechos civiles. Los ciudadanos negros habían decidido levantarse contra las leyes segregacionistas que, sobre todo, imperaban en los estados del sur.LIBRO Ve y pon un centinela

La novela causó un impacto tremendo porque estaba escrita por una “dama sureña” y porque presentaba una sociedad elegantemente racista, es decir, una sociedad a la que no se le notaba el racismo “mientras los negros hicieran lo que debían hacer”. En medio de este marasmo, en la novela emergía la figura titánica de Atticus Finch, un caballero criado en las tradiciones sureñas que abominaba de las injusticias y que creía que todo el mundo era igual ante los ojos de Dios. Finch ante el estupor de sus vecinos decidía defender, en los años treinta, a un trabajador negro acusado injustamente de haber violado a una mujer blanca. Y lo hacía sabiendo que no había ninguna posibilidad de ganar ese juicio, porque un jurado blanco nunca fallaría a favor de un negro, aunque le supiera inocente de los cargos de los que se le acusaba.

La novela se vuelve extrañamente poderosa porque la historia no está contada en tercera persona, sino en primera. Y no por Atticus Finch, sino por su hija Scout de diez años, que contempla el mundo de los adultos con sorpresa y recelo, salvo a su padre, al que admira por encima de todo. No solamente Atticus crió a Scout y su hermano Jem en solitario, tras la muerte de su esposa, sino que se convirtió en un faro moral para sus hijos, una voz que clamaba contra las injusticias, que obligaba a los chicos a tratar con igual deferencia a blancos y negros, y que impulsaba la libertad de los niños, tanto de obra como de pensamiento: unos niños salvajes y maleducados para el resto de los ciudadanos de la pequeña localidad de Maycomb, Alabama. Además de la historia principal, la de la defensa de Tom Robinson, Lee introducía otra historia, la de los niños intentado saber que fue de Boo Radley, el hijo de una familia aristocrática venida a menos que parece se volvió loco y que puede vivir en una mansión cercana a la casa de los Finch. Un cuento infantil de terror en una novela moral.

Pues bien, toda esta maravillosa novela es arrasada por la publicación de Ve y pon un centinela, una novela que Harper Lee escribió antes de Matar a un ruiseñor y que contaba lo que le sucedía a la familia Finch, veinte años después, a finales de los cincuenta. En la novela se nos presenta a Atticus Finch como un racista redomado que tiene un duro enfrentamiento ideológico con su hija Scout, que vive en Nueva York y que ha vuelto a Maycomb para pasar las vacaciones de verano; un enfrentamiento no exento de una cierta grandeza. Pero el problema es que este Atticus Finch no es el Atticus que Harper Lee quiso dejar para la posteridad. Cuando los editores rechazaron la novela, hubo uno que le dijo que ahí, en el pasado, estaba el embrión de un libro importante. Lee cogió la idea al vuelo y llevó la acción a ese pasado esbozado, reescribiendo totalmente ese pasado y el comportamiento ético de los personajes principales de su historia, y decidiendo aparcar “in eternum” Ve y pon un centinela.

Ahora unos desalmados, aprovechando la vejez de la autora, han publicado la novela para ganar unos cuantos millones de dólares. Un insulto a la inteligencia y a la autoría creativa. Mi consejo: que no lean Ve y pon un centinela, y que si tienen un ejemplar, porque se lo han regalado, que lo metan en un cajón. Como hizo Harper Lee. Sería un gran homenaje a la autora, además de leer, claro, Matar a un ruiseñor.

Enrique Martín

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