Le conmovió aquella frase de Shakespeare: “Es más fácil obtener lo que se desea con una sonrisa que con la punta de la espada”. Así que sonrió a sus amigos y a sus enemigos, a sus jefes y a sus acreedores, a su familia y a sus vecinos. Llegó un momento en que dormía sonriendo y se levantaba igual. Y así sigue, con la misma sonrisa estúpida, ciento veinte años después.
Roberto Moso