Los raros. Mi suicidio, del suizo Henry Roorda

LIBRO Mi suicidioTras haber trabajado arduamente durante treinta y tres años, me siento cansado. Pero todavía tengo un apetito magnífico. Y es este apetito el que me ha hecho cometer muchas estupideces. Felices sean aquellos que tienen un mal estómago, pues siempre serán virtuosos.

Tal vez no seguí bien las reglas de la higiene. Parece ser que los que viven de manera higiénica pueden llegar a una edad avanzada. Pero ésta es una tentación que nunca he sentido.

Así comienza Mi suicidio de Henry Roorda, un profesor de matemáticas y pedagogo libertario que vivió en Lausana casi toda su vida, a la que puso fin de manera voluntaria en 1925, de un balazo en el corazón, cuando le faltaban pocos días para cumplir 55 años. Aunque publicó pequeñas obras de teatro y al menos una decena de ensayos sobre educación, (algunos con títulos tan gráficos e irónicos como ¿Es posible la doma de cráneos? ó El pedagogo no quiere a los niños), sería sin embargo, el breve texto que hoy comentamos, Mi suicidio, el más recordado de su producción.

En este insólito escrito nos encontramos a un hombre de lucidez extrema explicándonos con absoluta calma las razones de su inminente suicidio. Roorda repasa los supuestos defectos de carácter que le llevan a tomar una decisión tan drástica. Su naturaleza sensual, amiga de la belleza y los placeres; su incapacidad para hacer provisiones, es decir, para comportarse como una hormiga ahorradora (tal y como hace la gente “normal”), le han impulsado a derrochar a manos llenas y le llevarán a padecer una vejez rodeada de estrecheces. Prefiere no sufrirla, a pesar de todas las críticas de que pueda ser objeto. A este respecto, apunta con acierto: “Me figuro la cara que pondrían los ricos si los pobres adoptaran la costumbre de suicidarse para abreviar su triste y gris existencia. Con toda seguridad dirían que es inmoral”.

Admitiendo que no es una persona normal en el sentido usual, reivindica a los entusiastas, a los que se salen de la norma para hacer avanzar la sociedad. Reconoce, aún así, que a la sociedad le debe todo, los ideales morales y artísticos, incluso el germen de su rebeldía, pero también que está basada en la violencia y la mentira, y que una vez deja entrever en los jóvenes la posibilidad de una vida plena, hace todo lo necesario para destruirla.

Con una prosa destilada, cercana al aforismo y una suave ironía, Roorda da una lección de entereza y honestidad. Pero a medida que escucha sus razones, el lector perspicaz descubrirá algo más que la libre renuncia a una vejez miserable: en dos ocasiones, a lo largo de este conmovedor alegato, asoma en el autor un intenso sentimiento de culpa por un irreparable mal causado, cuyo origen continúa en el misterio, a la espera de que algún biógrafo avezado consiga alguna vez desvelarlo.

Aun con sus enigmas, Mi suicidio es un texto tan breve como emocionante, de una calidad literaria sorprendente, que puede cuestionar muchos de los valores aceptados por el lector. Lo encontrarán en una edición de 2003 de Trama Editorial.

Javier Aspiazu

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