El comictario. Hijos del crepúsculo, el adiós de Darwyn Cooke

Hace poco más de un mes, el 14 de mayo, falleció a los 53 años de edad, víctima de un cáncer, el gran dibujante canadiense Darwyn Cooke, uno de los autores más personales y reconocidos del cómic contemporáneo. Su peculiar estilo, ágil y muy cercano a los dibujos animados, le impidió triunfar pronto en el noveno arte y, de hecho, durante la década de los 90 trabajó varios años para la Warner, dejando su sello en las series de animación de Superman y Batman.

Fue en el año 2.000 cuando obtuvo su primer gran triunfo en el cómic, la serie limitada Batman: Ego. Después, ya todo fue rodado. Junto a Ed Brubaker, Cooke se encargó de relanzar al personaje de Catwoman. Hizo incursiones en varias series Marvel y DC e, incluso, se atrevió con la legendaria The Spirit. En 2004 ganó varios premios Eisner COMIC Los hijos del crepúsculocon la miniserie DC: The New Frontier, y a partir de ahí dedicó buena parte de su tiempo a adaptar al cómic las novelas de Parker, el implacable delincuente creado por Richard Stark, seudónimo del gran escritor de género negro Donald Westlake. En total, cuatro sensacionales novelas gráficas que le valieron otra vez el reconocimiento de los Eisner.

Durante sus últimos años Darwyn Cooke trabajó también para el ambicioso proyecto Antes de Watchmen, y tuvo tiempo para dibujar una última obra, el cómic que hoy nos ocupa, titulado Los hijos del crepúsculo y cuyo guión lleva la firma de otro autor enorme, el gran Gilbert Hernández, creador de ese lugar lleno de realismo mágico llamado Palomar. Realismo mágico que impregna esta historia, ubicada en un pueblito costero donde un buen día aparece una misteriosa esfera de luz blanca. Pronto empiezan a ocurrir sucesos inexplicables, como la ceguera que sufren varios niños, algunas desapariciones, huracanes breves e imprevistos y la llegada de una bella y silenciosa mujer de larga melena blanca. Fenómenos extraños que alteran la tranquilidad de la aldea y de cuya investigación se encarga un joven científico que, por supuesto, y ahí se nota la mano de Beto Hernández, se verá mezclado en el peculiar día a día del pueblito y sus habitantes.

Una historia llena de atractivo, que funde lo extraordinario con lo cotidiano, el amor interestelar con el amor terrenal y nos permite disfrutar del maravilloso e inconfundible dibujo de Darwyn Cooke. No os perdáis Los hijos del crepúsculo, la obra póstuma de un grande del cómic que se nos ha ido demasiado pronto. Descanse en paz.

Iñaki Calvo

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