Los mundos del Quijote bajo el prisma de Iñigo Astiz

En 2016 se cumplieron 400 años de la muerte de Cervantes. Con esa excusa, el periodista Iñigo Astiz se montó en su furgoneta y arrancó para Castilla La Mancha. El objetivo: tratar de rastrear la presencia de El Quijote en esas tierras. El primer resultado de su viaje fue una serie de crónicas que Astiz publicó en el periódico Berria. Ahora presenta Kixotenean, un trabajo en el que se recopilan aquellos reportajes y se añaden otros muchos elementos: una crónica final, originales fichas de varias localidades manchegas, extractos de El Quijote traducidos al euskera, y las ilustraciones de Maite Mutuberria. La tesis del trabajo podría ser la siguiente: la realidad y la ficción son indisociables y se entrecruzan. Hay, también, otra idea que se manifiesta con claridad: la vigencia de El Quijote.

El viaje de Astiz comienza en Villanueva de los Infantes, una localidad que como otras, se arroga ser aquella de cuyo nombre no quería acordarse el caballero andante. Es julio y el calor se corta. El periodista entra en una tienda de informática y ve a un hombre dando manotazos al aire. Lleva unas gafas de realidad virtual. El Quijote no las necesitó. En otro capítulo se cuenta cómo, en aquellos molinos del Campo de Criptana, que nuestro héroe confundía con gigantes, los niños cazan pokemons. Como vemos, la real y lo imaginario siguen confundiéndose en el siglo XXI, y el peso de la ficción en esos pueblos de Monlibro-kixoteneantiel es considerable: hay calles, fondas, pastelerías con el nombre de los personajes de una novela. Hay museos y rutas y merchandising sobre personajes de ficción que ofrecen sustento a personas reales. Por ejemplo, en Toboso, el pueblo de Dulcinea, encontraremos el Museo Cervantino. En 1920, quien era alcalde del pueblo comenzó a pedir a diversas personalidades que enviaran allí un ejemplar firmado de El Quijote, el segundo libro más traducido de la historia, superado solo por la Biblia. Franco, Mussolini, Reagan, Mubarak, Lula da Silva, Thatcher, Mandela y muchos más mandaron ejemplares en sus lenguas maternas. Ardanza envió uno en euskera. Solo hay tres personas que no enviaron el ejemplar: Hitler (que envió El cantar de los nibelungos), Gaddafi (que envió el Libro Verde) y Vargas Llosa (que no envió nada; hay un libro suyo, de su obra, y una foto que se sacó en el museo, porque anduvo de promoción por allí).

La procelosa traducción al euskera de El Quijote también es referida por Astiz. Los primeros capítulos se tradujeron varias veces, pero la cosa se quedaba ahí. Fue el cura Pedro Berrondo el primero en traducir las dos partes de la obra. Y no hace tanto de eso: hablamos del año 1985. Las anécdotas y los datos que comparte Astiz son numerosas, pero no olvidemos que el territorio de la ficción es fértil en conjeturas. Una de ellas es la posibilidad de que Cervantes se hubiera inspirado en Juan Pérez Lazarraga, el administrador de los señores de Guevara para crear El Quijote. Por lo visto, un mal día, Lazarraga enloqueció y se armó y se dirigió a Gasteiz a caballo al grito de “¡Santiago! ¡Santiago!”.

La lectura de Kixotenean resulta divertida e instructiva porque a través de ese viaje a través de las tierras manchegas, Astiz repasa la biografía de Cervantes y revela diversas peculiaridades de la obra y nos brinda, como hemos visto, numerosas historias interesantes. El Quijote, tan precursor e inspirador, ha llegado a nuestros días en buena forma, y entre pokemos y gafas de realidad virtual, los molinos siguen siendo gigantes porque lo real y lo ficticio se entrecruzan para ofrecer un relato de muchos relatos en el que aún podemos vernos a nosotros mismos.

Txani Rodríguez

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