Los raros. Lady sings the blues, las memorias de Billie Holiday

libro-lady-sings-the-bluesMamá y papá eran un par de críos cuando se casaron. El tenía dieciocho años, ella dieciséis y yo tres.

Mamá trabajaba de criada en casa de una familia blanca. Cuando descubrieron que iba a tener un bebé, la echaron. La familia de papá también estuvo a punto de tener un ataque al enterarse. Era gente de buena sociedad y nunca había oído hablar de cosas semejantes en su barrio de East Baltimore.

Pero esos dos chicos eran pobres. Y cuando eres pobre creces deprisa.

Es un milagro que mi madre no fuera a parar al correccional y yo a la inclusa. Pero Sadie Fagan me quiso desde que yo sólo era un suave puntapié en sus costillas mientras ella fregaba suelos. Se presentó en el hospital e hizo un trato con la jefa. Le dijo que fregaría los suelos y atendería a las golfas que estaban allí para tener a sus hijos, costeando así su parte y la mía. Y lo cumplió. Aquel miércoles 7 de abril de 1915, cuando yo nací en Baltimore, mamá tenía trece años”.

Así comienza Lady sings the blues, las memorias de Billie Holiday. Redactadas en colaboración con el pianista y escritor William Dufty, que recogió fielmente el modo de expresarse lacónico y rotundo de Lady Day, como se conocía también a Billie Holiday, estas memorias, publicadas en 1956, solo tres años antes de su muerte, son el testimonio brutal de una vida atormentada, a pesar del éxito y la fama que gozó la cantante más expresiva de la historia del jazz.

Siempre hay parcelas que se ocultan en las autobiografías, pero Billie Holiday, nombre artístico de Eleonora Fagan, no nos ahorra detalles escabrosos. Desde la miseria inicial que la obligó a empezar a trabajar a los diez años, pasando por un intento de violación a la misma edad, el ejercicio de la prostitución de los 13 a los 15, que le acarreó su primera estancia en la cárcel, los comienzos como cantante en pequeños clubs para evitar ser desahuciada, episodios vergonzosos de discriminación racial cuando, tras interminables giras en autobús con las bandas de Count Basie y Artie Shaw, empezaba a ser ya una de las vocalistas más prestigiosas de la época y, por supuesto, sus torturadas relaciones amorosas. Consecuencia de una de ellas fue su adicción a la heroína, por cuyo consumo, entonces considerado delito, fue detenida y recluida en varias ocasiones. Afortunadamente, no todo son desgracias, y Holiday recoge también en sus memorias la capacidad para hechizar al público con su intensidad y dramatismo, y la génesis de las célebres canciones que nos legó en su faceta de compositora.

A modo de síntesis, les diré que Lady sings the blues reviste un triple interés: es, primero, una crónica vivaz de la época dorada del jazz (por el libro desfilan genios como Louis Armstrong, Duke Ellington, Benny Goodman o Lester Young, el amigo más entrañable de Billie); es, también, un testimonio del terrible racismo que sufrían los músicos negros; y por último, un alegato conmovedor, en las páginas finales, contra el trato puramente represivo que recibían los adictos a las drogas.

Un libro durísimo y apasionante, cuya descarnada sinceridad resulta tan afilada como la hoja de afeitar que aparece en la portada de la edición de Tusquets. Así son las memorias de Billie Holiday: Lady sings the blues.

Javier Aspiazu

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *