El tocho. La señora Dalloway, de la inglesa Virginia Woolf

Luego (Clarissa lo había sentido precisamente aquella mañana), estaba el terror; la abrumadora incapacidad de vivir hasta el fin esta vida puesta por los padres en nuestras manos, de andarla con serenidad: en las profundidades del corazón había un miedo terrible. Incluso ahora, muy a menudo, si Richard no hubiera estado allí leyendo el Times, de manera que ella podía recogerse sobre sí misma, como un pájaro, y revivir poco a poco, lanzando rugiente a lo alto aquel inconmensurable deleite, frotando palo con palo, una cosa con otra, Clarissa hubiera muerto sin remedio. Ella había escapado. Pero aquel joven se había matado”.

Este es un fragmento de La señora Dalloway, de Virginia Woolf. La primera de las obras maestras de esta autora inglesa se publicó en 1925, y enseguida suscitó admiración su original técnica narrativa. Utilizando de forma magistral el estilo indirecto libre, Woolf prescinde en muchos pasajes de la novela de la clásica voz del narrador en tercera persona. Buena parte de las acciones de la trama se nos cuentan a través del punto de vista de los personajes e incluso, en ocasiones, las transiciones entre ellos se dan en un plano subjetivo, pasando del pensamiento de uno a otro.

La señora Dalloway, como el Ulises de Joyce, que había aparecido solo tres años antes, transcurre en un solo día, una soleada jornada de junio en el Londres de 1923.  Un día le resulta  más que suficiente a la autora para mostrarnos el universo de Clarissa Dalloway dama de la alta sociedad londinense, casada con un diputado conservador, que prepara una fiesta para la noche de ese día. En paralelo a los preparativos, varios personajes que tienen relación con ella, aparecen en escena tras mucho tiempo sin verla, es el caso de Peter Walsh, eterno enamorado de Clarissa, que vuelve divorciado de la India después de pasar allí diez años. Y también, de su gran amiga de la adolescencia, Sally Setton, pariente pobre, original e inconformista, casada con un rico industrial de Manchester. Junto a ellos hay un variado elenco de lores y ladys, de criados e institutrices y el importante contrapunto trágico de Septimus Warren Smith, veterano de la I Guerra Mundial, trastornado por su experiencia, que se suicida ese mismo día.

El efecto del paso del tiempo sobre los personajes, con su carga de ilusiones perdidas y expectativas frustradas, empieza a ser en esta obra el gran tema de Virginia Woolf. Todo el conglomerado de pinceladas subjetivas y remembranzas de los protagonistas va configurando, además, un sutil estudio psicológico, que nos permite conocer el terror ante la vida de Clarissa (que le impulsó a aceptar como esposo a Richard, su bondadoso pero mediocre marido), su generosidad con los amigos, su total sinceridad y el esnobismo que la caracterizan. A nivel objetivo, la novela es también una descripción de la alta sociedad inglesa, con sus banalidades y convencionalismos, e incluso un ataque al poder de la naciente institución psiquiátrica, de la que es víctima el infortunado Septimus, personaje en quien la autora encarna sus propias neurosis.

Con una prosa alada y grácil y una profundidad psicológica insólita, la lectura de esta novela se convierte en una experiencia inolvidable. La señora Dalloway, de Virginia Woolf.

Javier Aspiazu

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