Velocidad de los jardines de Tizón, 25 años después

Hace poco más de tres años (¡cómo pasa el tiempo!) recibimos alborozados la noticia del regreso a la literatura, con el libro de relatos Técnicas de iluminación, del escritor madrileño Eloy Tizón, un autor mítico desde que publicara, ahora hace veinticinco años, un volumen de relatos que ha pasado a la historia de la literatura española más reciente, Velocidad de los jardines. Un libro que no tuvo casi impacto mediático, ni de ventas, pero que se convirtió con el paso de los años en una referencia literaria, en el modelo a seguir en el relato corto. Aquel libro, que reunía once historias, acaba de ser reeditado por Páginas de Espuma, la editorial que ha vuelto a confiar en Tizón, tras una ligera puesta a punto.

En el prólogo-cuento que ha escrito Tizón para esta edición confiesa su sorpresa por lo ocurrido con el libro. “Con este libro ha sucedido algo extraño. Lo tenía todo para ser olvidado y sin embargo, ya ves, no lo ha sido (…) Es una conspiración de los lectores; todo el mérito es suyo, de su constancia e interés”. Leído hoy en día, el volumen mantiene todo su hechizo, toda su fascinación. Las historias que nos cuenta Tizón se mueven en un mundo un poco irreal, a veces oscuro, a veces luminoso (“el mundo parecía recién lavado”). Un mundo que parece el producto de una ensoñación febril, irreal, decadente y por momentos irrespirable. En los cuentos nos reencontramos con Nabokov cazando mariposas; con Anatolia que viaja enfermizamente hacia un final no exento de gloria; con un viajante que se encuentra en un tren con alguien parecido a él que intenta seducir a una jovencita; con una pareja de adolescentes enamorados que se encuentra con la muerte de su maestro en la fiesta de final de curso; con un joven escritor que en un picnic en el campo sueña son suicidios y la Guerra de Crimea; con Bruno que observa en un jardín de Villa Borghese a Eva que recuerda a su hijo muerto; con el profesor Austin que conduce sin rumbo en una Nochevieja solitaria tras la muerte de su mujer y la marcha de su hijo; con Bernardino que estudia con Mabel, en la casa extraña de ella, sus papeles para una obra de teatro del colegio (uno de los relatos más sobresalientes); o con dos escritores que buscan a una inmigrante polaca desaparecida y se encuentran con una extraña sociedad secreta que ayuda a inmigrantes y refugiados.

Hay dos cosas asombrosas en este libro. Por un lado, lo actual que parecen sus historias. Su autor supo encontrar las claves precisas para que los relatos no murieran a causa de referencias temporales innecesarias. Y por otro lado el lenguaje envolvente casi orgánico que maneja el autor, un lenguaje sugerente y preciso, muy pulido, donde parece que se ha eliminado todo lo superfluo, para llegar a la esencia del relato, para mostrarnos a los personajes desnudos y con todas sus aristas, sus triunfos y sus tragedias. Esta precisión gozosa y esa atemporalidad hermosa hacen que exclamemos: “no nos equivocamos en su día, este libro es y será magnífico, como observar la lenta velocidad de los jardines”.

Enrique Martín

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *